Sergio González Levet / Regreso a la poesía con la intención de abrir un espacio en el que no quepan la pandemia ni el bicho innombrable (me refiero al coronavirus, no al otro); un lugar en el que la lectora acuciosa y el lector voraz puedan disfrutar de la música de las palabras y del sonido de las emociones.
Esta vez, les tengo un poeta que me descubrió apenas ayer don Rafael Pérez Gay en su programa de literatura que pasa los sábados y domingos, y que es el mejor de su tipo en el mundo (ADN 40, a las 6:30 pm): La otra aventura, tomado el nombre de una frase de Adolfo Bioy Cásares: “Leer es la otra aventura, y la primera es, quizás, la vida misma.”
Bueno, nuestro poeta de hoy no es veracruzano, lo siento, y tampoco mexicano, y sin embargo es muy bueno. Peruano, del mero Lima, nació hace 78 años. Se doctoró en Letras, y es profesor y periodista. Ha dirigido revistas y suplementos literarios en su país, y ha publicado más de 20 libros.
Hoy les dejo un poema, y después le sigo con otros:
Karl Marx
Died 1883. Aged 65
Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía
abuela y ese par de grabados:
“Un caballero en la casa del sastre”, “Gran desfile
militar en Viena, 1902”.
Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos
llevaban su pata de conejo atada a la cintura.
También mi tía abuela –20 años y el sombrero de
paja bajo el sol, preocupándose apenas
por mantener la boca, las piernas bien cerradas.
Eran hombres de buena voluntad y las orejas
limpias.
Sólo en el music-hall los anarquistas, locos barbados
y envueltos en bufandas.
Qué otoños, qué veranos.
Eiffel hizo una torre que decía hasta aquí llegó el
hombre. Otro grabado:
“Virtud y amor y celo protegiendo a las buenas
familias”.
Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los 20 años
de edad bajo esta yerba
–gorda y erizada, conveniente a los campos de golf.
Las coronas de flores y el cajón tuvieron tres
descansos al pie de la colina
y después fue enterrado
junto a la tumba de Molly Redgrove “bombardeada
por el enemigo en 1940 y vuelta a construir”.
Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la
marmita los diversos metales
mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a
las islas de Times
y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y
después sí y entonces
vino lo de Plaza Vendôme y eso de Lenin y el montón
de revueltas y entonces
las damas temieron algo más que una mano en las
nalgas y los caballeros pudieron sospechar
que la locomotora a vapor ya no era más el rostro
de la felicidad universal.
“Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas”.
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