Alberto Calderón P.* / Eneida estaba en la imprenta, había llegado con suficiente anticipación, pero el tiempo pasaba y la espera incrementaba el nerviosismo por ser descubierta sin saber qué consecuencias pudiera acarrear, provocando una tensión que se incrementaba a cada instante. Urgía salir a su destino, Roma la esperaba ese año como se estableció con anterioridad, a pesar de la presión avanzaban los arreglos, ajustes y afortunadamente parecía que todo saldría a la perfección como estaba previsto, cuando un fuerte golpe retumbó en la puerta de madera, esta se abrió de par en par, poniendo al descubierto todo.
Fue tan rápido que se hizo imposible rescatarla, el voraz incendio acabó con todo, solo unos pliegos impresos aun sin cortar se salvaron en ese momento, finalmente fueron a dar a las tiendas para envolver comestibles, el trágico destino de la paciente traducción que hizo de la obra de Virgilio el Obispo de Veracruz en 1913, en la efervescencia revolucionaria. Se consumieron por el fuego los tomos que tradujo el poeta, solo quedaron por fortuna sus manuscritos que hace poco tiempo publicó la UNAM.
El emperador Augusto le encarga a Virgilio escribir la obra del imperio basándose en un origen mítico, tratando de colocar el surgimiento de Roma con un acontecimiento similar al griego. El autor trabaja en esta ardua labor los últimos diez años de su vida, en su lecho de muerte ordena que su obra fuese quemada. Interesante coincidencia ocurrió con el escrito dos mil años después, la primera no fue consumida por el fuego pero no tuvo la misma suerte su traducción al español.
Los primeros versos del obispo Joaquín Arcadio Pagaza “aparecieron junto a una traducción de Virgilio; y los segundos, junto a una de Horacio. La misma forma de publicación parece sugerir el carácter de estas poesías; hechas a partir de recientes lecturas clásicas, como en desahogo de la ola interna atraída, simpáticamente, por el estudio de los dos maestros latinos”. Menciona Alfonso Reyes en La obra de Joaquín Arcadio Pagaza ante la crítica, del compilador Sergio López Mena.
Rubén Bonifaz Nuño, afirmaba que:” la traducción hecha de las églogas de Virgilio, se aproximan al texto original con tan notable seriedad y respeto, convirtiéndola en una de las mejores que se hayan dado en lengua castellana.”
En poeta escribe 31 sonetos, en sus ratos libres, sobre los alrededores de Xalapa y desde la Catedral en las despejadas mañanas cuando se puede apreciar con nitidez el Cofre de Perote, con una pluma y una imaginación sin precedente el naturalista describe: Allí, una peña gigantesca aparece como un dios mitológico, el viento es el céfiro inquieto, y la ninfa eco espanta a los venados.
Joaquín Arcadio Pagaza, nació en Valle de Bravo en 1839, fue consagrado obispo de Veracruz en 1895, es considerado como el representante del humanismo grecolatino en la literatura mexicana, el libro de poemas Murmurios de la Selva (1887), es su obra más importante, significó un avance en el lenguaje descriptivo del paisaje. Autor de otras obras poéticas, como María (1890) y Algunas Trovas Últimas (1893).
Pagaza impregnó en su poesía la más honda inspiración y sensibilidad hacia la naturaleza en contraste con la agitada efervescencia política que reinaba en México. La guerra revolucionaria de 1910 enmarcó los últimos años de su vida, época en la que mostró su generosa dignidad de patriota al ser benefactor de la Cruz Roja, mediante su donación a ese organismo humanitario de alhajas, muebles, y valiosos objetos personales; antecesor de Monseñor Rafael Guisar y Valencia. Joaquín Arcadio Pagaza muere en Xalapa en 1918, donde pasó los últimos 23 años de su vida.
*Miembro de la Red Veracruzana de Comunicadores (REVECO)
Comentarios