¿Hacia el comunismo?

Comunismo FOTO: WEB
- en Opinión

Sergio González Levet / En este tiempo mexicano de fake news, de informaciones falsas (salidas muchas de las propias oficinas de gobierno de los tres niveles y de los siete partidos) y de encontronazos cotidianos entre los que están en el poder y los que quieren regresar a él, se ha vuelto a escuchar como reminiscencia del pasado, como una antigua reliquia sacada del fondo de los tiempos, la acusación de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador nos quiere llevar al comunismo.

Con esa expresión, los malquerientes del ayatola de Morrena quieren espantar con el petate del muerto a un pueblo bueno y honesto, que al parecer también consideran -unos y otros- más cándido que la cándida Eréndira y más ingenuo que un infante de párvulos.

Tal espantajo del complot comunista lo usaron en 1968 ciertos consejeros de Gustavo Díaz Ordaz, con tanta suerte que el poblano se los creyó, al grado que pensó que al masacrar a los estudiantes (2 de octubre no se olvida) estaba salvando al país.

Eso de la conjura socialista traída desde la Unión Soviética a través de Cuba, que nos iba a quitar nuestro patrimonio, nuestros lujos, nuestra libertad y nuestra religión, fue el elemento central que usó la CIA gringa en los años 50, 60 y 70 del siglo pasado para tratar de convencer a los atribulados pueblos latinoamericanos de que al imponerles dictaduras sangrientas y quitarles garantías individuales los estaban salvando del demonio rojo que se comía a los niños, que mataba a los curas, que nos quitaba la vida y la conciencia para hacernos autómatas al servicio de la dictadura del proletariado.

¡Ay nanita! Las madres se asustaban verdaderamente. Los ignorantes de buena fe se desvelaban pensando que les iban a quitar su negocio, su puesto, su decoro. Los militares de esa época se hacían peleando contra guerrilleros barbudos que no tenían temor de Dios y a los que había que matarlos, desaparecerlos, enterrarlos boca abajo para que no se fueran a salir de sus tumbas, porque seguro tenían un pacto con el diablo.

Eran tiempos en que las telecomunicaciones empezaban a surgir y hacían públicos de un millón de lectores o de decenas de millones de auditores y televidentes. Los satélites empezaban a subir al cielo (el Early Bird fue el primero que comunicó en directo a Europa y América, y así pudimos escuchar desde Londres y en vivo decir a John Lennon que todo lo que necesitábamos era amor y allá oyeron a Tony Aguilar cantar sus canciones cerreras arriba de un hermoso caballo que hacía graciosas cabriolas). El charlatán de McLuhan hablaba de la aldea global y todos comenzábamos a sentir que el mundo en realidad se empequeñecía.

Pero como no existía aún el torbellino de la comunicación que trajo Internet, había un espacio para que los grandes públicos creyeran las mentiras más absurdas, un margen que aprovechaban muy bien los gobiernos imperiales para mantener sojuzgadas las creencias de la gente.

No, no estoy defendiendo a López Obrador ni a su proyecto, entiéndanme, pero no creo que sea conveniente tratar de atacarlo con tácticas tan simples como ésa de que va a imponer el comunismo si lo dejamos.

La bronca va por otro lado

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