Salvador Muñoz / Tiene meses que no veo pasar a mi amigo el Morongas, así le decíamos en La Estancia de los Tecajetes a Miguel, quien jamás abandonó el oficio de mesero. Por lo regular, lo encontraba cuando iba o regresaba del restaurante donde trabaja… me acordé porque hoy como ayer, hemos tenido un inicio de semana tan agitado, que ayer optamos por hacer un pedido al Zacahuilt Huasteco… sí, ya han de imaginar que no pudimos evitar saborear el platillo regio que da nombre al restaurante de doña Marilú, pero extrañamos platicar con ella, de estar allá, sentaditos en su comedor…
Quien de un modo u otro ha tenido la oportunidad de disfrutar el trabajo de Mesero, sabe que es todo un arte el atender una mesa, y combinado con unos sabrosos platillos y servidos en tiempo, por lo regular dan como resultado opíparas propinas.
Hay un balance perfecto en el Universo cuando el Mesero hace su día tan sólo con las propinas, porque ello habla de una buena jornada en el restaurante que salpica a cocineras, garroteros, capitán y barman.
El coronavirus vino a generar un caos en muchos universos comerciales, y el sector gastronómico es uno de ellos.
Tengo amigas y amigos que además de su trabajo cotidiano, entre semana, o cada sábado o domingo, ofertan comida a sus compañeros (por cierto, deben probar las tortas estilo Orizaba de mi cuate Adolfo Tello…), y hay quienes por un momento, sus ingresos fueron mermados con la pandemia cuando las actividades en la oficina bajaron; pero hubo quienes buscaron aprovecharla para mantener sus entradas, ¿cómo? ¡a través de las redes sociales!
Tengo amigas y amigos que de plano tuvieron que darle un giro a su vida… como esa maestra de preescolar que los fines de semana decidió incursionar en la venta de paella a la valenciana, entre otras cosas; o el amigo que trabaja en una dependencia de Gobierno pero que afortunadamente para nuestro paladar, retomó los fines de semana el cargo de Chef para preparar desde chamorros, cochinita pibil y barbacoa… ¡vamos! Hablamos de sujetos, de personas, de familias que se reinventan, como mi amiga Vane Cambranis y su incursión en la repostería… y algo más…
El asunto son las otras familias, las familias restauranteras, con sus cocineras, con sus garroteros, con sus encargados de barra, entre otros… sí, hay pedidos para llevar pero ellos mismos saben que no es lo mismo… y al menos en Xalapa y la región gozamos de cantidad de restaurantes de calidad y accesibles a todos los bolsillos… hasta que llegó la pandemia.
Las Coronelas, por decir uno de los más tradicionales y conocidos, no aguantó el embate de la pandemia y cerró sus puertas…
Platicando con algunos restauranteros, coinciden algunos que la emergencia sanitaria en conjunto con la falta de visión de las autoridades, ahogan a la economía… si un mes o dos meses de cierre era complicado, hablar de cuatro, cinco o en una de ésas, medio año trabajando “a medio gas” por la Nueva Normalidad, es difícil imaginar…
Perciben muchas restricciones por parte de las autoridades hacia ellos, hacia el negocio, hacia el empresario, enfocadas en determinados sectores de la ciudad… al taquero de la periferia, no se le molesta… a la señora de las garnachas, tampoco… al que vende en la colonia “resumida”, menos…
Acabo de comer mi zacahuil… me asomo a la ventana… recuerdo que tiene días, semanas, meses que no me encuentro al Moronga, a Miguel, a ese compañero que hace más de 30 años conocí en La Estancia de los Tecajetes y jamás abandonó el gusto de ser mesero… ¡sé lo difícil que la ha de estar pasando! porque si hay un oficio tan noble que es capaz de salpicar a cocineras, garroteros, capitán y hasta al de la barra, sin duda alguna ése es el ser mesero, pero qué mal cliente resultó el Coronavirus…