Sergio González Levet / Varios queridos lectores se mostraron muy contentos con el cuento breve del ingenioso escritor norteamericano Ambrose Bierce que reproduje en mi “Sin tacto” de ayer.
Ante tal éxito y aceptación, me puse a hurgar y encontré dos joyitas más, breves y sarcásticas como siempre fue don Ambrose, hasta el día en que se perdió dentro de una columna villista y en medio de un fragoroso combate… y no se supo más de él ni de su cuerpo.
Disfrútenlo, por favor:
Los dos políticos
Dos políticos cambiaban ideas acerca de las recompensas por el servicio público.
—La recompensa que yo más deseo —dijo el primer político— es la gratitud de mis conciudadanos.
—Eso sería muy gratificante, sin duda –—dijo el segundo político—, pero es una lástima que con el fin de obtenerla tenga uno que retirarse de la política.
Por un instante se miraron uno al otro, con inexpresable ternura; luego, el primer político murmuró:
—¡Que se haga la voluntad del Señor! Ya que no podemos esperar una recompensa, démonos por satisfechos con lo que tenemos.
Y sacando las manos por un momento del tesoro público, juraron darse por satisfechos.
El Patriota Ingenioso
Después de haber obtenido una audiencia con el Rey, un Patriota Ingenioso sacó un papel del bolsillo y dijo:
—Dios bendiga a Su Majestad. Aquí tengo una fórmula para construir una armadura blindada que ningún cañón podrá perforar. Si esta armadura es adoptada por la Armada Real, nuestras naves de guerra serán invulnerables y por ende invencibles. Aquí también están los informes de los ministros de Su Majestad atestiguando los méritos de la invención. Cederé lo derechos sobre ella por un millón de tumtums.
Después de examinar los papeles, el Rey los hizo a un lado y le prometió una orden para el Ministro Tesorero del Departamento de Extorsión por un millón de tumtums.
—Y aquí —dijo el Patriota Ingenioso, sacando otro papel de otro bolsillo— están los planos de un cañón que he inventado que puede perforar esa armadura. El hermano real de Su Majestad, el Emperador de Bang, está ansioso por adquirirlo, pero mi lealtad hacia el trono de Su Majestad y hacia su persona me obligan a ofrecerlo a Su Majestad. El precio es de un millón de tumtums.
Después de recibir la promesa de otra letra introdujo la mano en un bolsillo diferente a los dos anteriores y remarcó:
—El precio del cañón irresistible debió haber sido mucho mayor, Su Majestad, pero el hecho es que los misiles pueden ser tan efectivamente desviados por mi nuevo método de tratar las armaduras blindadas con…
El Rey indicó al Gran Factótum que se aproximara.
—Revisa a este hombre —le dijo— y dime cuántos bolsillos tiene.
—43, señor —dijo el Gran Factótum, completando su escrutinio.
—Dios bendiga a Su Majestad —gritó el Patriota Ingenioso, aterrorizado—. Uno de ellos contiene tabaco.
—Sosténganlo por los tobillos y sacúdanlo —ordenó el Rey—, luego denle una orden por 42 millones de tumtums y mándenlo a decapitar. Emitamos un decreto castigando la ingeniosidad con la pena capital.
Que les sea breve la cuarentena.
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