Xalapa, la de las jacarandas en flor

Calle Ruiz Cortinez, Xalapa, Veracruz FOTO: WEBSTER RICÁRDEZ
- en Carrusel, Opinión

Armando Ortiz / La creación, dijo el Apóstol Pablo, está declarando por todas partes la gloria de Dios. Lo constatamos en los amaneceres, en el ángelus, en el ocaso; en los ríos y en los mares; en la noche estrellada, en las tardes de lluvia; en las montañas, en el desierto, en los bosques, en la selva; en el cuerpo de una mujer, en su rostro, en su mirada, en la sonrisa de un niño; por todos lados la creación de Dios está siendo declarada. Y es que Él es un gran poeta, basta abrir los ojos y mirar su obra que todos los días surge para llamarnos la atención.

En los meses de marzo y abril, en la ciudad de Xalapa, las jacarandas sembradas en los parques y las avenidas se pasan todo el día gritando su color. No podemos ser injustos y pasar en medio de los árboles de jacaranda sin volver la vista al cielo para ver las flores iluminadas. Y por si fuera poco, en el suelo, en la tierra, se encuentran las flores regadas como rocío, caídas del árbol, todavía guardando ese gran color púrpura que las distingue, y a pesar de eso los árboles no se miran desnudos.

En la novela de Carson McCullers, La balada del café triste, hay un pasaje que describe las propiedades del whisky de Miss Amelia. La autora dice que así como la escritura con zumo de limón en una hoja en blanco es sólo descubierta cuando pasamos la hoja al fuego, así el whisky de Miss Amelia es un fuego que calienta el alma y saca los pensamientos más recónditos, los sentimientos más entrañables del corazón del hombre. Esto anota la escritora:

Un hilandero que no ha estado pensando toda la semana más que en los telares, la comida, la cama y otra vez los telares, al llegar el domingo bebe de aquel whisky y tropieza con un lirio silvestre. Y toma el lirio en su mano, se queda contemplando la delicada corola de oro, y de pronto se siente invadido por una ternura tan viva como un dolor. Y un tejedor levanta de pronto la mirada y por primera vez descubre el cielo radiante de una noche de enero, y se siente sobrecogido de temor al pensar en su propia pequeñez”.

Todos tenemos en el alma cosas que no queremos dejar salir. A veces una copa de whisky o de vino, un poema o una canción, una puesta de sol o la sonrisa de una mujer nos obliga a sacar esas cosas de nuestra alma.

En la película de Steven Spielberg, El color púrpura, basada en la novela de Alice Walker, ganadora del Premio Pullitzer, hay una conversación entre Miss Celie y Shug Avery. Ellas van caminando por un sembradío de flores color púrpura.

Shug: Más que todo a Dios le encanta ser admirado

Celie: ¿Estás diciendo que Dios es vanidoso?

Shug: No, no es vanidoso, sólo que desea compartir cosas buenas con nosotros. Creo que Dios se molesta cuando caminamos en medio de un jardín color púrpura y no lo notamos.

Celie: ¿Tú dices que Él sólo quiere ser amado, como dice la Biblia?

Shug: Sí, Celie. Todo lo que quiere es ser amado. Cantemos y bailemos todos los que queremos ser amados. Mira los árboles. Observa cómo los árboles hacen todo para llamar la atención de la gente.

Shug: Oh Miss Celie, siento ganas de cantar.

Sí, todo el paisaje, las jacarandas y sus flores, está hecho para la mirada, para que por medio de ésta los mensajes del creador nos lleguen al alma, nos la calienten como el whisky de Miss Amelia y nos pongamos primero a reír, a cantar, a bailar, todos los que queremos ser amados.

Quizá por eso, por las tardes, para huir del bochorno de mi habitación, mejor salgo a los parques, a las avenidas, caminó en medio de las jacarandas, dejando que éstas mojen mi cabeza con sus flores caídas.

No en balde nuestra capital es la Ciudad de las Flores; la abundancia de éstas, su color y su perfume cautivaron al Barón Alexander von Humboldt quien en 1804 bautizara a Xalapa como la “Ciudad de las “Flores”.

Salga de su habitación ya mismo, tome hacia una avenida, un parque, que todavía los hay en Xalapa y muy bellos, y contemple la caída de las flores, la tierra pintada de color.

Admírese, contemple la gloria de Dios; y si no quiere hacerlo recuerde, Dios se puede molestar si pasa por un jardín sin contemplar de las flores su color.

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