Una película de ficción

Xalapa en tiempos del coronavirus FOTO: WEB
- en Opinión

Jorge Díaz Bartolomé / Esta es la generación de la pandemia, nuestros abuelos jamás se hubieran imaginado lo que estamos viviendo, como si de un cuento de ficción se tratase; nada comparable con lo ocurrido en 2009 con aquella pandemia de gripe A(H1N1). ¿Pero cómo y dónde surgió? Fue precisamente en las faldas del Cofre de Perote, en la comunidad de La Gloria, donde se registró el primer caso de aquella mal llamada “fiebre porcina”; un pequeño de cinco años de nombre Édgar Hernández Hernández se había contagiado de aquel virus, y por el hecho de haber sobrevivido, el gobernador Fidel Herrera mandó a construir una estatua del niño en el parque de la localidad, la cual continúa hasta nuestros días. Después de aquellos sucesos, Fidel le prometió a los pobladores de La Gloria cinco millones de pesos para remozar edificios públicos, templos y pavimentar calles, por el sólo hecho de que ahí había iniciado la pandemia y que por ello, la comunidad llegaría a ser un destino turístico, decía. Lo cierto es que a la fecha, La Gloria continúa igual de polvorienta y sólo quienes recorren las faldas del cofre en busca de antiguas haciendas la ubican y recuerdan.

Once años después, el planeta es azotado por el virus Covid 19, únicamente escribo sobre lo que acontece en Xalapa y sus alrededores, donde se siente un ambiente de desolación, vemos las calles semivacías, tiendas y restaurantes con improvisados letreros en las puertas que anuncian la medida, desempleo cada vez mayor y la gente desesperada, entre el encierro de la cuarentena y la falta de trabajo.

Xalapa sufrió en 1833 los embates de una epidemia de cólera que estaba azotando varias partes de México, con brotes esporádicos en los 20 años posteriores, en los estados de Tabasco, Oaxaca, Chiapas y Veracruz. En marzo de ese mismo año el gobernador de Veracruz, Antonio Guillet comunicaba al ayuntamiento de Xalapa que la epidemia provenía de Guatemala, que había entrado por Comitán, Chiapas y que se tenía que blindar la ciudad ante inminentes contagios masivos. De acuerdo con el historiador del siglo XIX Manuel Rivera Cambas, nadie sabía a ciencia cierta las razones que originaban la enfermedad, fue entonces que surgieron innumerables métodos curativos, pero sin resultado. Con oportunas medidas preventivas y prohibitivas, la población superó aquella epidemia.

La cronista del centro histórico de la Ciudad de México, Angeles González Gamio publicó en 2009 en La Jornada un artículo que transcribe un fragmento del Calendario de Navarro de 1851, el cual narra la epidemia de cólera que azotó la Ciudad de México un año antes y hace mención que el método curativo era peor que la enfermedad. Esta es la historia:

“Las calles silenciosas y desiertas en que resonaban a distancia los pasos precipitados de alguno que corría en pos de auxilio; las banderas amarillas, negras y blancas que servían de aviso de la enfermedad; las boticas apretadas de gente; los templos con las puertas abiertas de par en par con mil luces en los altares, la gente arrodillada con los brazos en cruz y derramando lágrimas… A gran distancia el chirrido lúgubre de carros que atravesaban llenos de cadáveres. Los panteones de Tlatelolco, San Lázaro, el Caballete y otros rebozaban de cuerpos: de los accesos de terror, de los alaridos de duelo se pasaban en aquellos lugares a las alegrías locas y las escenas de escandalosa gritería, interrumpida por cantos lúgubres y por ceremonias religiosas. En el interior de las casas todo eran fumigaciones, riegos de vinagre y cloruro, calabazas con vinagre atrás de las puertas, la cazuela solitaria del arroz y la parrilla en el brasero, y frente a los santos, las velas encendidas.

Al primer síntoma propine grandes locaciones sobre el espinazo, los riñones y el vientre alternativamente con aguardiente alcanforado y agua sedativa durante un cuarto de hora; en seguida, friegas sobre las mismas partes con pomada alcanforada; al mismo tiempo se administrará al enfermo cinco gramos de acíbar en varias tomas con copitas de aguardiente alcanforado. Se le administrará un lavativa vermífuga. Aplicar sobre el vientre una cataplasma vermífuga y al mismo tiempo friegas de pomada alcanforada sobre el espinazo. Si el mal resistiera, en último caso se administrarán dos granos de calomelano en polvo, o 12 en pedacitos en seguida aceite de ricino”. Después… “descanse en paz”.

Luchamos contra un gigante que tiene la extraña característica de ser invisible, los mexicanos lo han enfrentado a lo largo de la historia y siempre han salido victoriosos. Esta vez no será la excepción.

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