La función primordial de un sindicato es la defensa de los derechos laborales de sus agremiados, ser un garante para que se cumplan las leyes que protegen al trabajador. Ser un interlocutor entre el patrón y los trabajadores. El sindicato adquiere legalidad sólo cuando éste es emanado por la mayoría de sus agremiados, en un ejercicio abierto, transparente y democrático. En el caso muy particular del SNTE, desde el 2013, año en que comenzó aplicarse la Reforma Educativa del sexenio anterior, dejó de cumplir sus funciones. Dejo de ser un ombudsman magisterial para convertirse en un mayordomo del poder. En lugar de erigirse como defensor, adoptó el papel de rémora bajo el patrocinio del Gobierno Federal.
Esta postura dejó en la orfandad a miles de maestros disidentes que, bajo la bandera de echar abajo la mal llamada Reforma Educativa, se agruparon en islas, sin siglas ni caudillos. Finalmente ganaron la batalla cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador le dio el golpe de muerte en el Congreso Federal. Hoy, en un marco diferente, ya sin el PRI ni el PAN, el SNTE furtivamente asoma la cabeza. Su hipócrita mimetismo camaleónico lo hace pasar como un sindicato moreno. Su secretario se hace pasar como un verdadero apóstol de la democracia y como un prócer que siempre luchó a favor de los derechos de los maestros.
Sin embargo, Alfonso Cepeda Salas trae en la frente la marca de Caín, la marca de los mentirosos y traidores. Por esa razón no se atreve a pasar por el riguroso escrutinio de las urnas, sabe que los maestros le cobrarían la factura y lo mandarían directamente tras el camino de su antecesor. Sin embargo, tal pareciera que existe una fuerza superior que lo ha frenado, la amenaza del coronavirus ha hecho que se adelanten las vacaciones de semana y, por lo tanto, tenga la certeza que su calendario de renovaciones seccionales, por la de clara y yema, se tendrá que detener.
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