Jorge Flores Martínez / Abordar el tema del feminismo es entrar en uno de los más complejos que puede haber, es un laberinto que contiene así mismo ideas que se contraponen unas a otras, donde nada es sencillo, sobre todo para un hombre como el que esto escribe.
Pero lo intentare desde la visión de un hombre que se hizo feminista desde el primer momento que vi a los ojos a mi hija, y que unos años después, ya como feminista convencido, volvió a encontrarse con otros ojos, esta vez los de mi otra hija.
Soy un convencido que la violencia contra las mujeres tiene una casi infinidad de causas, muchas son desde el entorno familiar, otras pueden ser culturales y otras más que son sociales. El entorno familiar es muchas veces donde la semilla del odio germina en suelo fértil, de ahí la escuela que abona en mucho a la anulación de la mujer, para terminar en un ambiente social y laboral que las discrimina y construye techos de cristal casi imposibles de romper.
La solución es increíblemente sencilla, se reduce a respetarlas. Es el cómo el que está lleno de complejidades. Puede ser que una forma de acercarnos a la solución sea visibilizar el problema en todas las horribles caras que nos presenta.
Hacer visible lo que a las mujeres las tiene tan molestas, escuchar lo que nos tienen que decir, lo que no les gusta, lo que las tiene hartas. Estoy seguro que lo que nos quieren decir es horrible, hemos sido un asco con ellas. No nos va a gustar lo que nos digan, pero tenemos que escucharlas con toda atención. Habrá temas que nos molesten, otros que algunos consideren inaceptables, y definitivamente, muchos que nos avergüencen, pero es el momento de los hombres de callar y escuchar.
Habrá temas como el aborto que algunos se nieguen a discutir, otros serán laborales que requieran atención inmediata, también, sin duda, querrán hablar del acoso, eso que a los hombres nos puede parecer tan inofensivo y que no lo es, y terminaran por cuestionarnos por qué las estamos violentando y matando, a lo que no sabremos que responderles.
Es posible que nos falten leyes o instrumentos para aplicarlas, pero sin duda lo que más nos falta es hombría. No me refiero a la hombría violenta y cruel, estoy hablando del cambio de paradigma de lo que entendemos por “Hombría”, esa que debe ser amorosa con la otra parte que nos complementa como especie. La hombría como un concepto que aun esta por redefinirse y que es la parte que nos corresponde reflexionar a los hombre después de escucharlas.
Escuchemos a la indígena que le venden a un patán por un cartón de cervezas y todos callamos porque es una manifestación propia de sus usos y costumbres. Escuchemos a la niña de secundaria que es acosada por su maestro y nadie le cree. Escuchemos a la compañera de trabajo que la despidieron por estar embarazada y nadie la apoyó. Escuchemos a la joven que tiene que esforzarse en sus estudios el doble que su compañero solo porque es mujer. Escuchemos a la mujer que su esposo violento la golpea todos los días y no puede salir de su infierno porque no cuenta con el apoyo de nadie. Escuchemos a las niñas que son seducidas cobardemente por padrotes que las explotan en redes de trata y las autoridades voltean a otro lado. Vamos a escucharlas a ellas, porque a las otras ya no hay forma de escucharlas, ya las matamos.
Yo los invito a escucharlas, de verdad que es importante.
Pero una cosa, no les demos el avión, las mujeres no se lo merecen.
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