Bernardo Gutiérrez Parra / El pasado 10 de enero se cumplieron 31 años de la detención del líder del Sindicato Petrolero Joaquín Hernández Galicia alias “La Quina” en su casa de Ciudad Madero, detención que fue un escándalo en todo el país.
Días antes La Quina había estado en Palacio Nacional en la salutación de Año Nuevo al presidente Carlos Salinas de Gortari. Bien que recuerdo el hecho porque se portó altanero con los reporteros sin saber que era la última vez en su vida que pisaría el vetusto edificio virreinal.
Seis años después otro escándalo cimbró a México cuando Ernesto Zedillo ordenó la detención de Raúl Salinas, hermano del hombre al que le debía la presidencia y lo mandó encerrar en el penal de máxima seguridad de Almoloya.
Estos dos hechos ocuparon por semanas los principales espacios de los diarios y fueron la nota con la que abrían los noticieros de radio y televisión.
Pero los tiempos cambian.
La detención en España de Emilio Lozoya Austin, director de Pemex en el sexenio de Enrique Peña no provocó la batahola de aquellas épocas y fue sepultada casi de inmediato por otras noticias.
¿Por qué ese desdén con un presunto rufián de Ligas Mayores que cuando abra el pico hará embarradero de sujetos entre los que de seguro estará su ex amigo Enrique Peña Nieto?
Por la inseguridad y la violencia.
En tiempos de Salinas y Zedillo lo que ahogaba al país era la corrupción y tanto La Quina como Raúl Salinas eran sus ejemplos más acabados. Al meterlos a la cárcel ambos mandatarios enviaron el mensaje de que ahora sí iba en serio el combate a la corrupción (Salinas incluso se legitimó como Presidente) y calmaron a la raza.
Hoy los problemas más graves (por encima de la corrupción que sigue vigente), son la inseguridad y la violencia. Es por eso que la detención de Lozoya no causó, pero ni con mucho, el impacto social de antes.
Hay quienes dicen que el ex funcionario es un tanque de oxígeno para López Obrador cuya popularidad comienza a declinar por sus desafortunados dislates y por el desgaste natural en el ejercicio de su gobierno. Eso es falso.
¿Se acabó la corrupción con La Quina y Raúl en la cárcel? No hombre, para nada. ¿Disminuirá la violencia con Lozoya en el mismo lugar? Menos, el tipo está detenido por corrupto y no por ser lugarteniente del Chapo, luego entonces ¿cuál tanque de oxígeno?
Emilio puede ser muy corrupto y ladrón y recibir por ello muchos años de prisión. Puede que comprometa a sus compinches que terminarán haciéndole compañía y puede que todo esto lo tome López Obrador como un triunfo de la 4T. Pero con eso no le llenará el ánimo ni entusiasmará a una sociedad que lo que exige es seguridad, paz y tranquilidad y no hay nada de eso.
AMLO está dilapidando su capital político y no quiere darse cuenta; dejó sin estancias infantiles a cientos de miles de madres con hijos pequeños, le ha mentido por meses a los padres de los niños con cáncer, ha desdeñado el feminicidio, se está confrontando con las feministas y ya no esconde su apoyo a los delincuentes. Todo esto ha tornado espeso el ambiente político y social.
¿De qué le va a servir un distractor como Emilio Lozoya?
Lástima, porque el ex director de Pemex más que un pez gordo es un cachalote. Y un cachalote de este tamaño.
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