Edgar Hernández* /
Qué es peor: ¿Que la vida de tu familia penda del crimen organizado o que no tenga para comer?
Mientras a Andrés Manuel López Obrador, el “¡fúchila caca!” y cuadrilla, solo le bastaron 14 meses para derruir lo construido en un siglo, a Cuitláhuac García Jiménez, solo el arranque de su fallido gobierno para mostrar lo fácil que es echar abajo a una entidad con una riqueza inconmensurable.
Los más de cien millones de mexicanos, de los cuales 30 millones sufragaron por Morena, jamás imaginamos la desgracia que se cernía sobre nuestras cabezas al entregar el poder a quien nos prometió una quimera que se convertiría en pesadilla.
Enrique Peña Nieto, por salvar el pellejo, entregó la presidencia a alguien fuera de sus cabales.
A quien solo ha servido el poder para consumar venganzas, para armar en el día a día ocurrencias, para mantener a un ejército de holgazanes y mostrarse sospechosamente laxo y tolerante con el crimen organizado.
40 mil muertos es el saldo del primer año del gobierno del cambio en el marco de la peor crisis económica de los últimos tiempos –menos 1% de crecimiento-, así como un Seguro Popular desaparecido y un desempleo galopante y tres proyectos nacionales en total repudio: el Tren Maya, un aeropuerto inviable en Santa Lucía y una refinería, Dos Bocas, inservible.
En consonancia, Veracruz se suma al derrumbe nacional.
Enlistado entre los tres y cinco peores gobernadores, Cuitláhuac García transita de la gobernabilidad a la brocha gorda.
Luego de haber sido señalado por corrupción, nepotismo e indolente ante la creciente inseguridad pública nos receta, a la vuelta de un año, la peor noticia que jamás hubiéramos esperado, regresar el dinero del pueblo por no saber cómo utilizarlo.
Un año lo tuvo guardado para hace unos días devolverlo a sabiéndas de que era previsible un crecimiento del 0.6% de acuerdo al INEGI, amén del enojo ciudadano.
De meses atrás este asunto de los dineros no gastados o en subejercicio, ocupó importantes espacios en el ámbito de la opinión pública sin contar que el sí dispuesto ha estado bajo sospecha por las amañadas licitaciones y asignaciones millonarias directas y fuera de toda norma.
Sin embargo, la gota que derrama el vaso se registra al darse a conocer que el pasado 15 de enero se devolvieron 3 mil 284 millones de pesos que debieron ser destinados a la seguridad, la salud y la construcción de caminos carreteros.
Esa ineptitud, que también es corrupción, ha sido altamente aplaudida en la ciudad de México por el gobierno de AMLO de plácemes porque dinero devuelto ya no es repuesto.
Los más de tres mil millones ingresaron a las arcas nacionales para utilizarlos en la rifa del avión –el que no se rifa-, para pagar a los güevones chairos, para patrocinar a los porros que hace meses desestabilizan a la UNAM, para dar carretadas de dinero a Honduras y Guatemala a fin de que ya no envíen tanto migrante y para cristalizar los sueños de opio del Tren Maya, una refinería “Dos Bocas” y la “hazaña” de Santa Lucía.
Hace décadas no se observaba tanto descontento nacional -y no hablamos de ese ficticio “pueblo bueno” del Peje- sino del enojo real por la ausencia de medicinas o las calles plagadas de violencia y muerte.
Hace mucho, creo que desde el 68, no veíamos a los jóvenes salir tan irritados a destruir monumentos y comercios so pretexto de la libertad de género, los feminicidios y la lucha de clases.
Hace tiempo que no se veían tan irritados los del comercio organizado, los empresarios, las multinacionales y el sector pensante. Nunca, como ahora, ni siquiera en el Porfiriato, la prensa libre había sido tan perseguida y ahogada financieramente.
Jamás imaginamos que la inteligencia era “Fifi”, ni que las autoridades electorales, las que legitimaron el triunfo de AMLO, fueran perseguidas para desaparecerlas.
Afortunadamente así como todo se destruyó en un santiamén, todo habrá de levantarse en la misma proporción.
Las encuestadoras ya hablan que para este principio de año, la aceptación de AMLO cayó a un 54%.
Y pueblos y ciudades, los grande conglomerados estudiantiles, la clase media baja, los transportistas y taxistas, la burocracia y la gente del campo, así como los obreros y ambulantes ya se dieron cuenta de la engañifa, de las trampas y transas de los morenos… de sus verdaderas intenciones.
Tal vez el principio del fin se acerca.
Todo habrá de depender del ciudadano de a pie, de los 30 millones de mexicanos que ya no están tan ciertos del cuento de la IV Transformación.
Tal vez, ahora sí, como en los países de alto desarrollo, los mexicanos salgamos a votar para poner fin a la pesadilla llamada López Obrador y con él sus atarantados seguidores como los que hoy gobiernan a Veracruz con una brocha en la mano.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
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