Sergio González Levet /
Para mi hermano René, que hoy llega increíblemente sano a sus 72 años.
Eran siete marinos que lograron salvar su vida en una frágil lancha, después de que un poderoso huracán en el Golfo de México había azotado su barco y lo mandó a las profundidades ignotas. Sólo ellos, encaramados en la balsa, lograron llegar vivos hacia aguas más pacíficas, pero después del alivio de haber librado la muerte, vino la desesperanza por el funesto mal: aunque eran marineros, ninguno realmente sabía navegar, así que se encontraron con que no podían orientarse frente a un cielo nublado que no les dejaba ver en donde diablos estaba el sol.
Uno de ellos recomendó orar, en previsión de la desgracia sobrevenida y con la perspectiva del inminente fin de sus vidas. Todos lo hicieron al unísono con el fervor de los condenados y fue tan grande su ruego que logró llegar hasta el cielo.
En ésas estaban cuando vieron bajar de entre las nubes al mismo Jesús, rodeado en un halo dorado y que, como es su costumbre, se posó en las aguas y se puso a caminar sobre ellas. Traía entre las manos una piña de oro, y se las dio diciéndoles que solamente tenían que enrumbar la nave hacia donde les indicara la piña.
Solamente les pidió a cambio que una vez que llegaran a tierra caminaran hasta encontrar una iglesia y que en ella depositaran la piña dorada, para que fuera objeto de culto.
Dicho y hecho, los marinos lograron aterrizar sanos y salvos. Dieron gracias a Dios y a su hijo, y empezaron a caminar hacia la serranía veracruzana, una vez que habían repuesto sus fuerzas. Así, paso a paso y hora tras hora, llegaron hasta el pueblo de Ixhuatlán del Café, en donde vieron la primera iglesia y ahí depositaron
fervorosamente el fruto dorado y milagroso junto a un Jesucristo, que es reverenciado desde entonces como el Señor de la Piña, y es el santo patrono del lugar.
La piña de oro, Dios los perdone, fue robada hace años por unos maleantes, que en su lugar dejaron una piña recubierta por una chapa del fino metal. Y otros maleantes, no menos delincuentes, la cambiaron a su vez por una piña pintada de dorado.
Pero el milagro fue que, aunque el objeto voló dos veces, el símbolo se mantuvo y sigue siendo reverenciado por los lugareños, en recuerdo del milagro del Señor.
Y por eso cada primer viernes de marzo celebran la feria patronal, que tiene como divisa principal el producto más importante del municipio, que le da origen a su nombre: La Feria del Café y del Señor de la Piña.
Viridiana Bretón Feito, la joven e impetuosa alcaldesa que está haciendo tan bien las cosas por allá, invita a todos a que visiten Ixhuatlán del miércoles 4 al domingo 8 de marzo, y disfruten de esta fiesta familiar como se debe. Allí encontrarán los invitados el calor de sus habitantes, ricos guisos y artesanías hechas a partir de productos orgánicos, nada de plástico contaminante.
Para los que les gusta la cumbia, el viernes 6 estarán amenizando el baile ni más ni menos que los Ángeles Azules, cuyo famoso locutor dirá en esa vez:
¡Desde Ixhuatlán del Café para el mundo!