Zenyazen Escobar olvida que la adulación cobra rédito, piensa que todo es gratis; alguien le ha hecho creer que es la rencarnación posmoderna del oaxaqueño José Vasconcelos. Él mismo cree sus propias mentiras, piensa que es el salvador de Veracruz que engendro Río Blanco; sus aduladores le alimentan su engrandecido ego y él les ha comenzado a creer. Su comparecencia en el Congreso local fue su foro, su circo donde lució sus dotes de malabarista experimentado. Se sintió querido, amado y seguramente deseado como cuando bailaba la canción de Baltimora en ropa entallada. El secretario de Educación ha caído en su propia mentira y adulación, piensa que en verdad los veracruzanos lo quieren y lo respetan. Cree que puede ser gobernador de Veracruz, se siente una versión jarocha del Che Guevara, cree que los astros se han alineado para que él sea el sucesor de su íntimo y gran amigo.
Lo que el exbailarín olvida es que la sociedad veracruzana se encuentra lastimada y decepcionada, es más, el propio Ejecutivo federal ha cambiado su percepción del hijo de Atanasio García; el precio que está pagando el presidente ha sido alto, ha comprendido que Veracruz no puede ser un laboratorio de ocurrencias. AMLO sabe que, para conservar la segunda reserva electoral, será necesario postular a un hombre de gran estatura política, de enorme calidad moral y que haya mostrado congruencia con sus actos. Y desde luego, ese no es Zenyazen Escobar García.
Andrés Manuel López Obrador no puede cometer el mismo error. Además, y aunque Escobar García no lo quiera reconocer, su pasado como animador cachondo lo perseguirá siempre, su grisáceo paso por la SEV tampoco es buena carta de presentación. Es cierto, la sociedad cada día es más abierta y tolerante, no obstante, no perdona la ineptitud y soberbia y, desafortunadamente, gran parte de los subalternos del gobierno jarocho cuentan con esas cualidades, incluido el hijo predilecto de Río Blanco, Veracruz.
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