Salvador Muñoz / “Y cuando recuerde que no olvidé mi promesa de campaña, quiero que entre el remolque, pitando”. Así planeaba su Primer Informe de labores como diputado local Juan Carlos Molina Palacios. Se refería a todo un equipo para hacer exámenes para la detección de cáncer de mama que como promesa, había hecho a las mujeres de su terruño, Carlos A. Carrillo y quería llevarlo por todo el distrito de Cosamaloapan y si se podía, más allá. Desde hace más de un año venía planeando esto… y cada que podía, iba platicando de los avances que llevaba. La última vez que me contó de ello, me decía que el proyecto había crecido: no nada más habría mastografías, sino otro tipo de exámenes médicos con la idea de que las mujeres tuvieran acceso a estos servicios a precios bajos y por eso, hablaba de un remolque… traería el tráiler dos cajas equipadas con varios consultorios…
Conocí a Juan Carlos Molina Palacios en una comida. Me senté a su lado con la misma idea de siempre: escuchar mejor. Igual, como siempre, tenía mi libreta abierta con la que apuntaba detalle de la plática que sostenía el dirigente de la CNC con varios columnistas, pero cada vez que yo tomaba el lapicero, no dejaba de ver de reojo lo que escribía. Cuando acabó la comida, no recuerdo quién pero era un amigo en común, me habló al celular para decirme que lo había dejado nervioso, porque le habían advertido que tuviera cuidado conmigo… nunca pregunté quién y porqué… no fue necesario.
Una ocasión, acompañando al entonces gobernador Flavino Ríos a Cuichapa, no sabía que iba a encontrarme a Juan Carlos Molina Palacios. Había un evento de Gobierno del Estado en coordinación con la CNC para la entrega de tractores a productores de caña de La Providencia. En el estrado, me llamó la atención el calzado de los presentes… la mayoría, limpio y radiante; el de Juan Carlos Molina Palacios, sucio, con lodo, además de que la valenciana de sus pantalones de mezclilla estaba desgastada, deshilachada… se lo hice notar y me dijo; “Hermano, soy hombre de campo y siempre me vas a ver así”.
Un día me preguntó que cómo lo había visto en una de las ocasiones que pasó a Tribuna. Le dije que cuando leía, era frío, pero en cuanto decía las cosas de su ronco pecho, conectaba con la gente porque la escuchaba decir, asentar, aprobar con un “¡Cierto!”, “¡Muy bien!”, y otras expresiones que se daban conforme hablaba… ¡Para qué! Cuando tenía oportunidad, le gustaba molestarme diciendo que según yo ¡no sabía leer!
Lo escuché varias ocasiones en Cosamaloapan, Tierra Blanca, en Veracruz, Tlacotalpan, aunque me quedo con la ocasión en que estuvimos en Cuajilote, no tanto por el evento lleno de personas bellas, auténticas, trabajadoras, sino por la comida que tuvimos en esa ocasión acompañados por Mimí Valdez y su familia: saboreamos unas mojarras y un caldo de camarón de lujo acompañados de unas tortillas a mano ¡echadas por Nohemí!
Una mañana me habló al celular… “Hermano, ¿tienes el meme del gallo giro? ¡Pásamelo! Estoy en La Parroquia y una señora se me acercó y me preguntó si era yo el del meme”. Nos reímos y sí, busqué en los archivos ese meme y se lo mandé… y también una mañana me llamó para decirme, todo serio, “me sacaste como Capulina”… y yo le respondía: “es de cariño… con afecto”.
Le decían “El Compayito”, por ese compadrazgo con Héctor Yunes Landa; le decían “El Líder” y no porque fuera dirigente de la CNC… sino porque era eso, un auténtico Líder… la gente empataba con él por su forma de ser: de hablar de frente, de decir las cosas derecho, por su nombre, lo que era acompañado con ese acento tan especial del cuenqueño y con esa risa de niño travieso atrapada en tremendo hombrezote… yo le decía “Juan Carlos”, quizás por ser “igualado” o porque me daba la confianza de llamarlo así.
La última vez que coincidimos fue en el Congreso. Volví a ver sus botas llenas de lodo, como aquella ocasión en Cuichapa, y estaba tomándole fotos cuando Erika Ayala Ríos le hizo un comentario y volteó a verme para sorprenderme con la lente enfocándole… pensó que estaba tomando sus textos que enviaba desde el cel, y me dijo algo así como que no tenía nada que ocultar, a lo que le respondí: “Nunca te haría eso”, pero le pregunté por su calzado y por algo más: no traía el clásico sombrero. Para las dos, hubo respuesta: estuvo en el rancho antes de venir al Congreso y olvidó por las prisas el sombrero en la camioneta. Sí, verlo sin sombrero era raro, pero también nos decía mucho cuando la oportunidad se prestaba: “Debajo del sombrero, hay un hombre sincero…”, esos versos de su canción nunca fueron como hoy, tan exactos para describir al Compayito, al Líder, al Amigo, al Hermano… te vamos a extrañar, Juan Carlos.
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