Jorge Flores Martínez /
Me robaron la gubernatura en 2018, pero los castigó Dios Miguel Barbosa
El año pasado voté en unas elecciones para elegir a mis gobernantes y representantes populares, en ningún momento me imagine que se trataba de una competencia de moral en las que los ganadores se coronarían como lideres morales y los perdedores, además de las elecciones, se encontraran con la noticia que fueron derrotados moralmente.
Yo me considero un liberal en el sentido que estoy convencido de la importancia de defender las libertades que tenemos y de luchar por las que aun nos administran de forma incompetente nuestro gobierno. Me causa repulsión cuando un gobernante, sea quien sea, se proclame con una superioridad moral sobre los que se oponen a su ideología o forma de gobernar. No existe esa superioridad moral, no la hay y no la habrá nunca.
La izquierda, en la que se cuenta la mexicana, por lo regular recurre a una supuesta superioridad moral al no tener ninguna otra que ofrecer. Su sistema de valores se reducen al fanatismo al líder y a la proclamación del fracaso como resultado de los insanos intereses de supuestos enemigos que impiden la felicidad y la prosperidad del pueblo bueno. Recurren al discurso del odio y polarización constante de la sociedad para mantener sus bases políticas despiertas y ansiosas de recibir del nuevo estado moral los beneficios prometidos.
Cuidado, nunca es buena idea que un gobernante se proclame dueño de la moral de todo un pueblo, es más, la historia nos enseña que esos líderes han sido responsables de las peores tragedias sociales de la historia, solo basta repasar el siglo XX y las atrocidades que se cometieron con el discurso de la superioridad moral.
No hay forma de llamarse superior moralmente cuando se dejó sin medicamento a niños con cáncer, se suprimieron las estancias infantiles, se canceló la compra de medicamento para enfermos de VIH o se apuesta por la indiferencia ambiental con el regreso del carbón como energía.
Cómo decirse superior moralmente cuando se le entrega a un grupo de porros ignorantes que por medio de negociaciones inconfesables se hacen dueños y amos de la educación de los niños en México. De qué forma se pueden proclamar moralmente superiores cuando nos dejan a todos con el único recurso de decirles “fuchi fuchi guácala” a los que nos quieren matar, secuestrar, violar, levantar o robar.
En una democracia, como la que aspirábamos construir, no cabían los derrotados morales ni mucho menos la victoria de la moral, eran tan solo elecciones en una pretendida democracia liberal que estábamos construyendo, en la que nadie ganaba ni perdía todo.
Yo no me considero un derrotado moral, en primer lugar porque mi moral es algo que solo me incumbe a mi, y en segundo lugar, por muy derrotado que sea, no tengo que defender a impresentables como Manuel Bartlett, Miguel Barbosa, Yeidckol Polensky y demás fauna nociva que se proclaman moralmente superiores a todos los demás mexicanos.
Dejemos la moral en donde nunca debió salir, en el ámbito de lo personal y regresemos a la defensa de las libertades ciudadanas. Que no nos cambien nuestra libertad por una autoproclamada moralidad de nuestros gobernantes. Nos vamos a quedar sin libertad y nos van a imponer la moralidad de la obediencia absoluta.
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