Édgar Hernández* / En una entidad, donde la ingobernabilidad prima, la inseguridad pública llegó a tope y donde la economía y finanzas –en manos de un par de chavos inexpertos- han llevado a la quiebra técnica a Veracruz, resulta, punto más que imposible, tumbar a Cuitláhuac García.
Al menos en los siguientes dos años… y eso ¡quién sabe!
La Cuarta transformación trajo, en efecto, el cambio; paró en modo alguno la escalada de corrupción para construir una nueva mafia del poder y todos los días el gran mesías nos recuerda que somos benditos por la nueva gobernanza. Cierto, pero…
También trajo candados. Los morenos llegaron para trascender sexenalmente y ahora la bebemos o la derramamos porque no hay de otra a menos que rebasemos la cifra de 30 millones de ciudadanos opositores al nuevo esquema de gobierno.
En el caso Veracruz, no hubo que esperar mucho para observar la brutal realidad de nuestro entorno.
La imposición de un gobernador novato, lerdo para la gobernabilidad y lleno de tantas limitaciones, abrió los ojos no solo al desencanto ciudadano, sino al poder central sobre el broncón que tenía encima por culpa de “este buen hombre y honesto”, tal como lo define AMLO.
Veracruz siempre ha sido una entidad polémica, en lucha constante por el poder, con un legado histórico envidiable y muy unido en la adversidad sobre todo ante las agresiones externas.
Veracruz nunca ha sido medias tintas, o es blanco o es negro.
Ha tenido de todo lo bueno y hasta la saciedad lo malo, pero siempre hubo lucha, esfuerzos de superación, pantalones bien puestos, decisiones que en ocasiones provocaron serios quebrantos, pero supimos salir.
El presente, sin embargo, rompió luego luego el molde.
Desde el arranque se dieron traspiés, se hicieron alianzas inconfesas, se pactó a contrapelo de la voluntad ciudadana y exacerbó la división no solo interpartidista sino la ciudadana.
Por ello a la vuelta de los primeros meses de gestión gubernamental se vino al piso la popularidad, credibilidad y confianza en torno a Cuitláhuac García.
De ahí la inmediata efervescencia opositora.
El PAN, segunda fuerza y el PRI tercera, iniciaron los primeros rounds de sombra que por estos días, en el caso de la derecha, se fue por la “desaparición de poderes” del gobierno en funciones.
La reacción de Morena desde el Congreso Nacional no se dejó esperar, fue inmediata.
Le apostó a la desaparición de otros dos poderes de la república, una verdadera rebatinga en donde los senadores de Morena reclaman la deposición de poderes –no de Veracruz- sino de Tamaulipas y Guanajuato no afines a los morenos, jugada boba.
En los tres casos se aduce la pérdida de capacidad para seguir ejerciendo el poder ejecutivo y las funciones públicas estatales por parte del cuerpo colegiado que ejerce los poderes legislativo y judicial, hoy sometidos al mandato gubernamental.
Buscan los senadores consecuentemente reconstruir los poderes constitucionales.
El punto desde lo jurídico es inapelable, pero al terciarlo los morenos y desviar la atención puesta en Veracruz a dos entidades más y convertirlo en un tema más de que política, de politiquería, perdió su esencia y consensos.
De cualquier modo aunque eventualmente triunfara el argumento de la bancada panista y su partido en el Senado de la República, sería imposible derrocar a Cuitláhuac García ya que la mayoría en la cámara alta la tiene justamente Morena.
Y como Morena recibe órdenes y sus legisladores también reciben órdenes de Andrés Manuel López Obrador y este no trae ganas, por sus guevos, de quitar a Cuitláhuac, pues menos.
Veracruz, sin embargo, tiene un umbral, un límite, una frontera.
Es previsible que luego de cumplirse la encomienda de llevar a la cárcel a Miguel Angel Yunes Linares con la ayuda de la Fiscalía carnala de Cuitláhuac y pasada la cresta del arranque que permita el afianzamiento de la 4T, Cuitláhuac García sería un ficha inservible para los afanes del presidente.
Por ello no es casual que desde el centro, como dice el Peje, se tenga en la caja de bateo a dos prospectos, uno de ellos Ricardo Ahued, y el otro en reserva.
Para ello, sin embargo, habría que esperar 15 meses, 15 largos meses en donde como la burra, ni pa´lante ni pa´tras… y esperar a que el “bendito” año de 2021 nos regrese a la normalidad democrática.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo
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