Dicen por ahí que «dinero mata carita»; acomodado al periodismo, se podría decir que «convenio mata estulticia»; aunque el convenio sea chiquito. Bastó una promesa, unas migajas, un plato de salmón, una copa de vino y un postre para que algunos periodistas empezaran a darse cuenta que Cuitláhuac García «no es feo», que no es tan tonto como los maledicentes andan diciendo por ahí. Algunos a bocajarro muestra su alto grado de abyección, llenando de halagos inmediatos al que antes consideraban el tonto del pueblo. Otros son más prudentes y empiezan por ver los puntos positivos de su gobierno; gran esfuerzo el que realizan.
Otros, periodistas de cepa, le dan el beneficio de la duda, pero no dejarán de observar sus yerros, no dejarán de señalarle los cambios necesarios, no dejarán de apuntar el rumbo que, de acuerdo a su experiencia, debe llevar el estado. Pero buena parte del periodismo en Veracruz tiene un historial de servilismo que data de sexenios atrás.
¿Cuántos de los que se sientan con García Jiménez no alabaron las acciones de Fidel Herrera? ¿Cuántos de los que comparten la sal con el actual gobernador hablaron maravillas de Javier Duarte? ¿Cuántos de los que comieron helado de frutas con Cuitláhuac no perdieron lectores y credibilidad? ¿De qué sirve reclutar panegiristas que ya nadie lee?
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