Hay un pasaje en la vida política de Andrés Manuel que para muchos es una muestra clara de su honestidad. En febrero de 2006 López Obrador, en su primer intento por ser presidente de México, acudió a invitación de Emilio Azcárraga Jean a una reunión en la que participaron otros candidatos y los grandes empresarios. Roberto Hernández, quien acababa de vender Banamex a Citigroup, quiso poner en ridículo al candidato. El empresario le explicó «de forma sencilla porque parece que usted no entiende nada», la manera como se hizo la venta del banco, una transacción que no aportó impuestos al erario público, cosa que dijo Hernández, «estas operaciones están exentas de impuestos».
López Obrador le dijo de corrido al banquero: «Respecto de lo segundo (la venta de Banamex), no tengo por qué discutir con usted si fue legal o no ¡No pagar impuestos es inmoral y con eso me basta!». En 2006 ahí radicaba la fuerza de López Obrador, esa fuerza que 12 años después lo llevó al poder en unas elecciones históricas por el apoyo masivo que recibiera en las urnas. Lamentamos decir que ese López Obrador ya no existe.
A López Obrador el tiempo lo ha domado, lo ha ablandado, ha disminuido su consciencia moral. Ya como presidente, ya con el poder en las manos, López Obrador pide a los ciudadanos no mentir, no robar, no traicionar. Sin embargo, no es así de riguroso con los militantes de su partido que ostentan alguna responsabilidad de gobierno. Ellos sí pueden mentir, robar y traicionar y AMLO les levanta la mano, los defiende, o les da una palmada en la espalda.
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