Muchos barones del dinero, algunos agrupados en el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y otros en la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), se frotaron las manos cuando el malogrado presidente Enrique Peña Nieto echó a andar la mal llamada Reforma Educativa. El espíritu neoliberal y privatizador hacía acto de presencia; se amenazaba la gratuidad de la educación y la permanencia docente.
Claudio X. González, amo absoluto de Kimberly Clark, ya se veía ganando las licitaciones para llenar las escuelas de sus libretas Scribe y los baños con sus productos de higiene. Otros más pensaban meter cadenas de comida rápida a las escuelas y transformar las cafeterías en jugosos negocios.
Otros más abusados venderían el software a las escuelas para dar los cursos de capación para los maestros. El asunto es que, a la clase empresarial ya le urgía meterse de lleno, total, la calidad educativa y el progreso de los niños quedaban relegados por sus mezquinos intereses económicos.
Sin embargo, el negocio se les vino abajo cuando al que consideraban un peligro para el país ganó la elección presidencial. Fue un duro golpe para sus intereses y una luz de esperanza para los maestros, alumnos y padres de familia. Hoy esa clase empresarial es la que sigue poniendo peros a la política republicana del presidente. No obstante, se han quedado atrás, junto con sus intenciones privatizadoras.
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