Crónica de un lento y doloroso cortejo fúnebre; despiden a los jóvenes asesinado en Tuzamapan

«La cruz de madera de la más corriente, eso es lo que pido cuando yo me muera» se escuchaba entre la multitud que entonaba la canción de Ramón Ayala, mientras avanzaba el cortejo fúnebre con dirección al panteón en la localidad de Tuzamapan, municipio de Coatepec FOTO: FRANCISCO DE LUNA
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Francisco de Luna / Coatepec, Ver. «La cruz de madera de la más corriente, eso es lo que pido cuando yo me muera» se escuchaba entre la multitud que entonaba la canción de Ramón Ayala, mientras avanzaba el cortejo fúnebre con dirección al panteón en la localidad de Tuzamapan, municipio de Coatepec.

«Lo único que quiero es allá en mi velorio, una serenata por la madrugada», continuaba la canción al mediodía de este sábado 18 de mayo (2019). El calor era sofocante -29 grados-.

El sol muy radiante y hacía brillar los cuatro ataúdes de los jóvenes asesinados a balazos el pasado jueves 16.

En esos ataúdes iban los cuerpos de Manuel, Miguel, Aldo y Alberto. El quinto joven Manuel en ese momento también era sepultado en Vaquería, localidad vecina de Tuzamapan.

A las 11:00 de la mañana inició la misa en la iglesia católica “San Juan Bautista”. Ahí arribaron los familiares y amistades de las víctimas. En su memoria se elevaron los cantos religiosos.

«Entre tus manos está mi vida señor. Entre tus manos pongo mi existir» y el requinteo de la guitarra rompía el silencio que de momento invadía en el recinto religioso.

Rostros desencajados, ojos hinchados de tanto llorar, lágrimas escurrían detrás de las gafas oscuras. Había abrazos que se prolongaban –lloraban- y se decían palabras de aliento.

La misa continuaba, más cantos se elevaban en memoria de los cinco muchachos asesinados en la calle Justo Sierra en un puesto de compra-venta de limones cuando desde un vehículo fueron acribillados.

Los hechos ocurrieron a las 03:30 de la tarde del jueves 16 de mayo. En el lugar fallecieron dos. Uno más en la ambulancia y dos más durante la noche en el hospital.

Vestir de negro a toda mi familia

Los familiares se abrazaban, colocaban las palmas de sus manos en los féretros. Levantaban la mirada, apretaban los labios y las lágrimas recorrían las mejillas.

Al salir de la iglesia, los aplausos se escucharon de la gente que estaba en la calle, otras más desde sus casas. Enseguida volvió la música ranchera y de banda que a todo volumen no dejó de escucharse durante el recorrido al cementerio.

Los ataúdes que eran llevados en hombros, parecían pesados, los pasos eran lentos –no querían llegar al panteón-. De pronto de las cansadas voces se entonó “Mi último deseo”, de Los Recoditos.

«¡Consciente estoy de que no soy eterno, por eso la paso contento en la peda y de vez en cuando le entro a la loquera! La vida es prestada y hay que disfrutarla como más te guste y te pegue la gana, porque la huesuda no tiene respeto, se lleva de todo, agarra parejo… quiero estar contento, mientras que en el día ha de vestir de negro toda mi familia».

El hubiera ya no existe

Entonces rodearon los féretros, les cantaron y cantaron estas melodías hasta desgarrar la voz que se escuchaba entrecortada por el llanto.

Los amigos se empinaban las cervezas una y otra vez y gritaban de dolor por esa amistad que les arrebató la violencia.

¡Puta madre, ya no estas con nosotros! ¡Mira “Negro”, esta chela es en tu memoria! Y el muchacho bebía la caguama.

Y de inmediato sonó la “Mesa del rincón”, “Un puño de tierra”, “Amor eterno”. Después pasaron a los rezos y al último descanso.

Eran casi las 02:00 de la tarde cuando sepultaron al primer cuerpo –el de Alberto-. Ahí los llantos y los gritos estallaron.

Siguieron las súplicas «¡No, mi hijo. No me dejes. Mi hijo no te vayas!» Y la mamá de Alberto estiraba la mano hacia el ataúd. Y la canción “El hubiera ya no existe”, se escuchaba de fondo con el sonido de un acordeón.

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