Édgar Landa Hernández* /
Chicontepec. (Chicome (siete), Tépetl (cerro) y la C (en), traducido como ¡En siete cerros!; “El Balcón de las Huastecas”
¡No todos le conocen! Su ubicación geográfica es accidentada. Rodeada de frondas verdes, en medio de la sierra donde se respira el silencio; del ímpetu que da la vida. La amenidad se convierte en vigor, en suspiro, en esperanza. El ajamiento de sus tierras es pausada, todavía se siembra, y poco se cosecha.
La espesura de su flora alegra al visitante. La mocedad se percibe en cada joven, en cada esperanza de que a través de ellos la población cambie. Desde arriba, el caserío se presenta y da cobijo al viajero.
Los descendientes de los ancestros aún hablan en náhuatl y otros dialectos. El linaje perdura a través del tiempo. Los nativos hacen su vendimia justo enfrente del palacio municipal.
Verduras, frutas y hortalizas, así como la inmensa variedad gastronómica que este bello lugar obsequia a través de las manos creativas de sus mujeres. El entorno huele a estrujadas, a bocoles de chicharrón y zacahuitl. Los hornos de leña cocen el pan, figuras como los “caprichos” “los molotes” “las lisas” y demás exquisitas piezas que regocijan al estómago.
Los asentamientos son irregulares, estrechas arterias por donde circulan a diario decenas de taxis que llevan lugares circunvecinos, como ahuateno, saltatitla, los ajos, la `puerta, y otros más que son paso obligado cuando se va a Chicontepec.
Hoy Chicontepec huele a dolor, se percibe la tragedia, innumerables vecinos se dieron cita a la multitudinaria marcha por la paz, por la seguridad de los que viven ahí. El destino los ha alcanzado. El miedo ronda en la serranía.
*Miembro de la Red veracruzana de comunicadores independientes A.C.*
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