El libro

El libro FOTO: WEB
- en Carrusel

La memoria del hombre está en los libros. Sus alegrías, sus dolores, sus victorias, sus derrotas, sus pasiones, sus desilusiones, sus sueño y sus vigilias; todo está en los libros. El libro siempre ha tenido un alto valor específico en las sociedades civilizadas. Vehículo de cultura, el libro nos forma y nos transforma, nos conduce y nos seduce; dulce tirano nos obliga a imaginar. Creamos a partir de éste y a partir de eso creemos.

Es evidente que el libro ha sobrevivido a las tantas agresiones que se han fraguado en su contra. Por ejemplo: el incendio de la biblioteca de Alejandría, la quema de Biblias en la inquisición, el absurdo del Emperador Amarillo en China, quien decide quemar todos los libros anteriores a él, pretendiendo con esto que la historia inicie a partir de su persona.

Hoy día surge un riesgo aparente que sólo espanta a aquellos que no conocen la capacidad de sobrevivencia del libro. Aquél que diga que el iBook pone en peligro al libro es porque no es aficionado a éste, acaso lo sea de la lectura, cosa que no es lo mismo. No se puede sustituir al libro porque la computadora o la tablet no brindan esa sensación táctil que produce el libro. Algún poeta debió comparar ya esa sensación con la tersura de una piel, o la lectura de un libro con la compañía de un buen amigo, o el aroma de sus páginas con las reminiscencias de un pasado no muy remoto.

¿Puede un cibernauta disfrutar la lectura de una obra en la pantalla, cómo se disfruta la lectura de un libro en una tarde lluviosa, con música de Francis Lai, recostado en un sillón mullido, tomando té de flores y acompañado de la mujer que ama? Borges alguna vez afirmó haber soñado el Paraíso como si éste fuera una gran biblioteca. Yo no llego al extremo de imaginar el Paraíso como una gran biblioteca, pero eso sí, no puedo imaginar el Paraíso sin libros. Borges señala que “el libro tiene que ser una forma de felicidad”. Es cierto, un libro es un artículo que brinda esa felicidad. Un buen libro, señala también el argentino, “no debe requerir un esfuerzo. Si leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado”.

Pero el libro se hace estéril si no se toma, se abre y se lee. Pregunta Borges: “¿Qué es un libro que no abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez”.

Muchos son los escritores que coinciden al señalar que el libro no se realiza cuando el escritor pone la última palabra, sino cuando el lector lee la primera sílaba. Sin embargo el libro no muere, nunca muere, queda ahí, esperando a que otro lector llegue y pueda conferirle, con su lectura, nueva vida.

Por mi parte tengo que admitir que me cuesta salir de una librería sin haber comprado siquiera algún libro. En ocasiones me paso horas enteras mirando sus portadas, palpando la lisura de sus lomos, sintiendo el grosor de sus páginas, escuchando el sonido que ocurre cuando doy vuelta a la hoja, leyendo las cuartas de forros, oliendo la tinta seca acumulada, percibiendo el aroma de sus interiores húmedos, madera pretérita que ya no es, celulosa, savia, tinta, cuero…

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