Édgar Landa Hernández / Existe en el centro de la ciudad. Arropada por el mercado Jáuregui y el siempre entrañable barrio de Xallitic. Ocupa un lugar emblemático, evoca suspiros que merodean en su empedrada cuesta. Casonas antiguas revelan secretos, se pasean y escoltan las múltiples estructuras arquitectónicas.
La vista se vuelve relevante, las fachadas cortejan al transeúnte. Solo una es diferente. Víctima de la humedad de la ciudad, una casona habita en una relativa situación de olvido.
El blanco de su pintura se ha demacrado. ¡No hay vida!, ni siquiera en sus alerones provistos de madera que huele a podrido.
Si esa casa pudiera hablar, ¿Cuántas historias nos compartiría? ¿Quiénes la dejaron en el olvido?
La munificencia de la historia se convierte en un desprendimiento más allá del caliche que brota de la casa blanca, ha sido el desinterés de aquellos que alguna vez le dieron vida a esa casa, que se extingue poco a poco. Ya no respira y únicamente sobrevive. La puerta principal ya no se abre. Permanece cerrada en la imaginería de quien puede abrirla con el pensamiento. No hay nada que buscar, ¡todo se ha dicho!
Sus enormes muros dan cuenta de lo que alguna vez fue. Hoy solo es un vasto recuerdo que se ha quedado en cada corazón de los que ahí habitaron.
Una farola es su fiel admiradora, la ilumina en las noches de luna, en las que el reflejo secunda la desvelada y da paso a volver a surgir entre sueños, entre quimeras que avizoran que pronto, si, que pronto será un nuevo día.
*Foto* cortesía de “Una cita con la cultura*
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