Todos los esfuerzos oficiales por fomentar la lectura han fracasado. Desde el proyecto de la Megabiblioteca Vasconcelos de Vicente Fox, que sólo fue la excusa para robar dinero, hasta los Rincones de la Lectura que se quedaron ahí, en un rincón olvidados. Y es que no se puede obligar a los niños y jóvenes a leer por decreto. Los esfuerzos por fomentar la lectura deben partir de una premisa básica, indiscutible y efectiva. Si la persona que busca fomentar la lectura no ha disfrutado de la lectura, cualquier esfuerzo que haga será vano.
El fomento a la lectura es un acto generoso, empático, que se desprende de una persona que quiere que otros disfruten lo que ella misma ha disfrutado. Nadie que no ha disfrutado El Quijote podrá contagiar el entusiasmo por la lectura de la obra maestra de Cervantes; nadie que no se haya estremecido con los cuentos de Poe podrá transmitir ese estremecimiento; nadie que no se haya conmovido con los relatos de Lucia Berlin o de Raymond Carver podrá evocar esa sensación de desamparo que termina en júbilo.
Lo primero que el gobierno debería hacer es ir a la casa de verdaderos promotores, de gente que ha disfrutado de las lecturas que ha tenido, y que tiene esa capacidad empática para transmitir cada emoción. Es loable que dentro de la 4ª Transformación del presidente Andrés Manuel López Obrador se interesen en el fomento a la lectura, pero si desde un principio no saben cómo llegar a los niños y jóvenes, los pasos que den serán en falso.
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