Si el maestro mexicano quiere ir de la mano de la cuarta transformación de este país, debe intentar ser un verdadero agente de cambio. Miles de maestros mexicanos, con base en su trabajo, en su investigación, pero sobre todo en su actuar y en su necesidad de innovar su manera de enseñar, debe hacer posible un cambio educativo que lleve a demostrar que la escuela cumple la misión que se espera de ella: ayudar al desarrollo del alumno. Durante un poco más de cinco años, los maestros fueron marginados de la planeación de la política educativa.
Las decisiones fueron piramidales y, en ocasiones, equivocadas. La férrea postura intransigente de querer meter a fuerza una Reforma Educativa de corte neoliberal en un país con más de 64 grupos indígenas y una amalgama de culturas ancestrales regadas en 32 entidades, resultaba una tarea titánica. Por eso también fue un rotundo fracaso. Sobre todo, porque se dejaba de lado al maestro de aula y a los padres de familia.
Esa visión muy recortada de una autonomía curricular simulada no cuajó definitivamente. Por ejemplo, los clubes son una buena alternativa, pero con mejor estructura y calendarización. También es necesario que regresen los talleres de artes y oficios que fueron pilares de la enseñanza en las escuelas secundarias generales y técnicas. Así que si el presidente está poniendo de su parte, los maestros deben corresponder. Es por el bien de todos.
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