Armando Ortiz / Señor presidente Andrés Manuel Lopez Obrador, ese 2 de julio de 2006 era domingo por la noche, muchos amigos habíamos acordado ir al parque Benito Juárez en Xalapa para escuchar en cadena nacional al presidente del IFE, en ese entonces Luis Carlos Ugalde. Queríamos oírle decir que usted había ganado la elección presidencial. El anunció tardó y al final el presidente del IFE inició con una perorata festejando lo bien que estuvo su jornada electoral “impecable”. Al final, Ugalde dijo que no era posible anunciar en ese momento a un candidato ganador. La noticia nos cayó como un balde de agua frío. Era domingo y nos regresamos llenos de desaliento, sabíamos que la maquinaria del fraude se había echado a andar y que no iban a reconocer su triunfo.
Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, tuvimos que esperar 12 años para que se llegara ese primero de julio de 2018, doce años para que por fin se reconociera su triunfo, una victoria contundente que difícilmente se habrá de repetir en este país. Esa noche un nudo se nos hizo en la garganta. Algunos lloramos de alegría, otros festejaban llenos de felicidad. Después lo escuchamos por la noche en el zócalo de la Ciudad de México. Su entereza, su congruencia, su responsabilidad, su compromiso nos llenó el corazón de esperanza. Señor López Obrador, México ha sido golpeado por muchas crisis, por muchas desgracias, por mucho crimen, por mucha corrupción. Su voz en ese momento fue como el bálsamo de Galaad; su voz fue como la del ingenioso Hidalgo que se sentó con unos cabreros a platicar sobre esa edad dorada tan ansiada: “Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen (sic)”. Repito, el corazón se nos llenó de esperanza.
Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, meses después, ahora que ya es presidente constitucional de México, esa esperanza que sentíamos alberga un poco de espanto. Sólo un poco, pero lo suficiente como para que se nuble ese júbilo que sentimos el primero de julio. Lo hemos visto actuar, lo hemos escuchado expresarse, lo hemos visto señalar, acusar, vilipendiar.
Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, no queremos que su empeño se convierta en terquedad, no queremos que su congruencia se convierta en conveniencia, no queremos que su perdón se convierta en impunidad. A pesar de todo eso seguimos creyendo en usted, seguimos creyendo en su proyecto que nos tiene muy entusiasmado, que nos tiene pensando en qué podemos hacer nosotros para lograr, junto con usted, esa Cuarta Transformación tan anhelada.
Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, me provoca ilusión ver que entre sus prioridades están los jóvenes; qué hubiera yo dado porque el gobierno de López Portillo, que me tocó cuando era joven, se preocupara por mi educación y mi bienestar como usted lo hará con los jóvenes de ahora. Me complace que piense también en los adultos mayores, porque yo trabajo con adultos mayores, porque hace nueve años la vida me “obligó” a dar talleres de lectura a los adultos mayores. Gracias a ellos sé que la vida no nos da lo que le pedimos, la vida nos da lo que necesitamos. Para mí ha sido una bendición estar cerca de los adultos mayores.
Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, no nos defraude, no lo haga por favor. Usted dijo que es “muy consciente de su responsabilidad histórica”. También dijo esa noche de victoria que quiere “pasar a la historia como un buen presidente de México”. Qué bueno que esté muy consciente de su responsabilidad histórica, pero es necesario además que sea consciente de sus limitaciones. Sabemos que como ser humano usted es infalible, sin embargo, nos da miedo pensar que algún día se equivoque. Y nos da miedo pensar en eso porque no sabemos cómo podría, ya encumbrado en el poder, reconocer que se ha equivocado. Para colmo, sus seguidores se han lanzado en un pozo oscuro de devoción ciega. Sus devotos no entienden que uno puede estar o no de acuerdo con usted. Por favor, denos garantías de que no seremos perseguidos si disentimos de sus ideas; denos garantías de que no nos va a arrojar al foso de los leones como a Daniel el profeta. Señor Andrés Manuel López Obrador, nadie miente como respira, porque tampoco nadie tiene la verdad absoluta.
Señor presidente Andrés Manuel López Obrador, sin más por el momento me siento agradecido de vivir en este día histórico. Mi hermano Rubén, que coreaba a la menor provocación “es un honor estar con Obrador” no llegó, murió ahogado tratando de salvar a una mujer de la tercera edad. Por él, que también creía en usted y por las miles de personas que se quedaron en el camino y que no logaron ver su victoria, por favor, no nos defraude.
Atentamente
Armando Ortiz
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