Si usted cree que a partir del primero de diciembre de 2018 el cielo será más azul, el sol será más brillante, el agua de lluvia será potable, la gente más amable, los niños menos chillones, las amantes más intensas, las suegras más sensatas y los hijos menos ingratos, tal vez se lleve una gran decepción. La alegría de muchas personas en este momento es contagiosa. Millones de mexicanos han esperado a que Andrés Manuel López Obrador tome posesión como presidente constitucional de México.
Su gozo es contagioso, su júbilo los obnubila y les hace creer que a partir de mañana México será otro; pero no, México será el mismo. No queremos ser aguafiestas, no les queremos robar el gozo, sigan inyectándose sus dosis de júbilo si quieren, pero mañana las secciones de nota roja seguirán teniendo noticias trágicas, el dólar seguirá costando más de 20 pesos, usted seguirá ganando lo mismo o quizá hasta se quede sin trabajo. Si les sirve de consuelo, el día de mañana ya habrá terminado la temporada de ciclones en el país, aunque se pronostican condiciones dinámicas y térmicas para la formación de una tormenta invernal. Andrés Manuel López Obrador no llega con una varita mágica para cambiar todo a voluntad.
López Obrador puede crear mejores condiciones para que usted desempeñe su trabajo, pero no va a llevar la comida a su mesa; AMLO puede disminuir considerablemente la inseguridad en el país, pero si usted no toma sus precauciones, puede ser victima de un delito; Andrés Manuel puede garantizar el basto de medicinas en los hospitales, pero si usted no lleva una vida sana, él no podrá evitar que se enferme. En pocas palabras, para que las cosas cambien, nosotros debemos poner nuestra parte. Suena a eslogan publicitario, pero el cambio no está en un nuevo gobierno, el cambio está en nosotros.
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