Édgar Landa Hernández / La neblina hace su aparición una vez más, entra a escena con un vientecillo que sisea entre la atmósfera dejándose sentir con el frío que se le caracteriza, como aquel Xalapa de antaño que poco a poco se esfuma, pero que en ocasiones como la de hoy se aparece y desde una forma sutil alza la mano y dice ¡presente!; aun no me he ido.
La tranquilidad Se respira por doquier, se vuelve aérea y se traslucen a través de las hierbas que murmuran y de los árboles que callan, de los cantos que vigilan y de los silencios que aplauden. El décimo mes del calendario agoniza, decae lentamente sin dar tregua alguna, se sabe moribundo y así expira poco a poco, pero dejando un sello sin igual que será recordado por mucho tiempo.
Y la neblina prosigue invadiendo tejados y fachadas, entradas y salidas, se divierte y sobrepasa lo imaginable, mientras pequeñas goterillas refrescan el sentir y la agudeza de una sensibilidad que esta latente y en todas partes, que resiente las quimeras y se postra ante los sueños olvidados que ejercen una remembranza sin igual.
Las calles lucen desiertas, ávidas de los ruidos citadinos y avalanchas de autos que colman las avenidas entre semana, hoy apenas son recuerdos lastimeros de lo que ha dejado de ser mi otrora bella ¡ciudad de las flores!
Mientras tanto la gente se llena de algarabía en torno a los puestos, donde por la época, se llena de flor de cempasúchil, de incienso, de calaveras multicolores que le dan el realce a lo que se acerca, a los días de muertos.
Huele a dulce de jamoncillo, de calabaza, mas allá de la muerte huele a vida, a alegría de saberse unido a esta tierra que ata y desata sentimientos. Una vez más la neblina me trajo decenas de remembranzas que llevo en mi ser, en el intrínseco sentir sin igual de una vida que me ha dado de todo.
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