Zaira Rosas / Violencia, pobreza, amenazas constantes y la esperanza latente de una vida mejor es lo que enfrentan los miles de migrantes que han abandonado su país natal para recorrer México con la esperanza de llegar a Estados Unidos. La caravana migrante que actualmente se encuentra varada en Oaxaca ha sido tema central de debate en las noticias y redes sociales.
El Presidente, Enrique Peña Nieto la ha calificado como algo inédito, quizás sea por el número de personas que han cruzado de manera inesperada la frontera, ¿pero realmente era inesperado? Las caravanas de migrantes se han presentado desde el 2010, el número de participantes crece conforme sus condiciones en Centroamérica empeoran. No puede ser inesperado que quien se muere de hambre busque comida, tampoco lo es que alguien huya con la muerte asechándole disfrazada de pandillas, o que una familia añore la seguridad que todos llaman hogar.
Lo verdaderamente inesperado es la amenaza que para muchos representa el tema de la migración, la extrema derecha considerando su paso como crimen o invasión. Si bien México ha abierto sus puertas al paso de forma documentada, lo cierto es que esto solo da la oportunidad a una minoría capacitada para realizar los procesos solicitados por el gobierno, también es cierto que la miseria avanza, que lo que ha obligado a nuestros vecinos del sur a perseguir un sueño persigue a muchos otros, cada vez son más las personas afectadas y no sólo en Honduras o Guatemala, sino en todo el mundo.
Vivimos una situación en la que hemos considerado que las fronteras están bien, que dividir todo por niveles nos hará mejores, que separar las posibilidades permitirá un mejor desarrollo y construimos muros en diferentes escalas que solo segregan las oportunidades para quienes más lo necesitan, dejamos que la ideología del miedo nos domine, que lo desconocido parezca amenaza en lugar de vislumbrar en las diferencias del otro lo diverso de la humanidad.
La crisis que atraviesan los países del sur no dista de las crisis que hemos ocasionado en los cinturones de miseria de nuestro propio país, también es un reflejo de lo que ha vivido Europa con los refugiados y al final solo se necesita vislumbrar todo desde la humanidad, sin pensar en leyes o discursos, porque lo único que necesitaríamos tomar en cuenta es que todos en algún punto hemos sido o seremos migrantes.
Todos en algún punto nos movemos por mejorar nuestra condición, en algún punto dejamos el hogar de la familia para construir uno propio, hay quien se mueve por perseguir una mejor educación, por oportunidades laborales o situaciones personales y al final en cada mudanza solo esperas prosperar, encontrar personas amables con quienes convivir y construir un nuevo espacio. Si todos hemos estado en una situación de cambio en menor o mayor escala, ¿por qué no podemos ser capaces de ofrecer eso que en algún punto hemos añorado? Una cálida bienvenida, una mano amiga que sea capaz de compartir con quien más lo necesita agua y pan.
Ser solidarios no nos quitará lo que ya tenemos, compartir alimento y bebida solo nos enseñará lecciones de cómo prosperar, nos mostrará cómo es la vida en otros lugares, escucharemos historias de qué fue lo que ellos hicieron mal para llegar hasta donde están y quizás con su ejemplo podremos reconstruir zonas y educarnos para un mejor futuro.
Hoy nos toca brindar la mano que siempre hemos pedido para con los nuestros en el norte, hoy nos toca actuar distinto a la discriminación que tanto hemos juzgado, porque hoy tenemos en nuestro país a familias añorando apoyando, a niños separados de sus padres, a mujeres ultrajadas y hombres que sólo añoran un mejor lugar. Las normas que ofrezcan otras condiciones de vida tomarán tiempo pero la ayuda que podremos brindar desde nuestros espacios puede ser más inmediata y no nos quitará nada pero sí transformará a muchos.
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