Rosario Robles dejó de ser funcionaria para convertirse en el símbolo de corrupción de este gobierno saliente. Es difícil aceptar las palabras del Gurú de la Colonia Roma cuando señala a Robles Berlanga como un “chivo expiatorio”. La exjefa de Gobierno no es una niña de coletas con paleta, es una mujer muy astuta que se dejó seducir y corromper por las riquezas que ofrece el poder político. AMLO debe entender que, si hay pruebas suficientes de desvío de dinero y uso de empresas fantasmas, el destino de esta mujer deberá ser tras las rejas.
La sociedad mexicana no se traga el lema de perdón ni olvido, en este caso, no se debe olvidar que hay acusaciones de mal uso de recursos públicos, es decir de dinero ajeno, que pertenecía a los mexicanos. No debe haber paso para la impunidad, nada de chiquear a los delincuentes. Que el presidente electo recuerde que el poder es para ejercer, y en ocasiones para aplicar mano dura.
