Aurelio Contreras Moreno / Con todo y el mandato de un cambio radical en el sistema político mexicano expresado en las urnas el pasado 1 de julio, los partidos continúan comportándose como la peor de las mafias.
Las maromas legales que se han llevado a cabo en los primeros días de trabajos de la LXIV Legislatura del Congreso de la Unión han demostrado que los partidos ahí representados, y en particular la nueva fuerza hegemónica liderada por Morena, no representan mayor cambio que el del mero discurso.
La vulgar maniobra para permitirle a Manuel Velasco Coello violar la Constitución de la República y ostentarse como gobernador y senador al mismo tiempo, sólo es comparable con el cinismo con el que en las narices de todos los mexicanos, el impresentable Partido Verde –quizás la peor y más grotesca franquicia política de la historia de México- le “pagó” el favorcito a Morena, “regalándole” cinco diputados federales para que lograra la mayoría absoluta en San Lázaro, y así apropiarse de la Presidencia de la Junta de Coordinación Política de la Cámara durante los próximos tres años.
Y no pararon ahí. Lo sucedido precisamente en el estado a donde Manuel Velasco regresó a “gobernar”, Chiapas, es otro ejemplo del desaseo con que los partidos se conducen, manteniendo prácticas anacrónicas, antidemocráticas y hasta ilegales. El escándalo por la renuncia masiva de mujeres electas para cargos edilicios y legislativos, cuyos lugares serían ocupados por hombres –entre éstos, un “dilecto” lacayo del gobernador, que se deja cachetear por él-, provocó tal indignación que hasta el INE tuvo que intervenir en este caso de diáfana violencia política y de simulación democrática. Promovida, para no variar, por el infame Partido Verde.
Desde hace años los partidos políticos en México sufren una degradación que en cualquier otro país ya hubiera obligado a replantearse el propio sistema de representación política. Pero aquí, se protegen a sí mismos para no perder sus privilegios, aunque en el discurso digan lo contrario y se rasguen las vestiduras jurando que ahora sí las cosas van a ser diferentes.
Baste ver en lo que pierden el tiempo nuestros nuevos legisladores: en discutir si hay o no bocadillos en las cámaras y edecanes que se los suministren; o en discusiones bizarras sobre quién es el más protagónico, el más soez o el más ignorante de nuestros representantes populares, cuya mayoría llegó al Congreso al igual que el burro que tocó la flauta. Pero eso sí, a la hora de discutir si de verdad se reducían sus jugosas dietas, se echaron para atrás.
Lo peor es que no se vislumbra que el sistema partidista en México vaya a sufrir la más mínima modificación ni siquiera en el mediano plazo. A la desaparición de algunas rémoras como Nueva Alianza y Encuentro Social, en breve seguirá el surgimiento de nuevas franquicias políticas, como la que ya se anuncia que regenteará la recién exonerada Elba Esther Gordillo. ¿Qué cambió entonces a partir del 1 de julio?
Se supone que fue precisamente para desaparecer este tipo de “cochupos” que millones de mexicanos votaron masivamente por un “cambio de régimen”. Pero en los hechos, el sistema que los panegiristas de la llamada “cuarta transformación” afirman a voz en cuello haber matado, goza de cabal salud.
Porque ésa es la verdadera e intocable “mafia del poder”.
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