Su marido sigue en la cárcel pagando las culpas de los dos. Sabe que en México la requieren, pero sabe también que la justicia en México no se mueve por leyes, sino por voluntades políticas. Mientras no haya voluntad de atraparla y hacerle pagar por los delitos que se le imputan, ella puede viajar tranquila en el metro leyendo, o haciendo creer que lee el New Yorker, sin miedo a ser aprehendida.
Tiene muchos años comprados gracias a sus delitos; también sus hijos, y sus nietos, y los nietos de sus hijos. Porque después de todo, ella y Javier Duarte compraron abundancia para su estirpe, sin importarles el sufrimiento que causaron en Veracruz. No importa que el marido purgue condena; ya habrá tiempo para conseguirse otro.