Después del balance que se haga de la administración de Enrique Peña Nieto, es seguro que éste pase como uno de los presidentes más opacos. Su administración deja una estela de corrupción y pendientes muy grandes en el sistema de salud y educación. Sin embargo, en su mundo de caramelo, el aún presidente Peña resalta sus “logros” en materia educativa; el Ejecutivo señala que recibió un país con severos rezagos, especialmente en el sistema educativo.
Según la sesera y sentido común del mandatario, era necesario reformar el sistema educativo para garantizar que el Estado recupera la rectoría del sector. No mencionó la palabra Reforma Educativa, pero dijo que, gracias a una alianza entre organizaciones de la sociedad civil, partidos y ciudadanos se emprendieron importantes modificaciones que tienen como objetivo la recuperación de espacios y recursos humanos y alejarlos de intereses particulares.
Alabó el sistema de profesionalización docente y, echando las campanas al vuelo, dijo que durante el sexenio se pudieron recuperar 44 mil plazas magisteriales que eran ocupadas para fines distintos. Cómo ve usted a este personaje, está viendo la tempestad y no se hinca. Lo que él no entiende es que el medio que él alaba, a partir del primero de diciembre vendrá a valer un simple cacahuate.
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