En la vida política es difícil que las oportunidades se repitan, sus actores las tienen que agarrar al vuelo y saberlas aprovechar. Andrés Manuel López Obrador es de esos hombres que no nacen en maceta y los que nacen, no se logran, decían las abuelas. El tabasqueño tuvo que sortear diversas dificultades para llegar al lugar donde se encuentra. En dos ocasiones le arrebataron el triunfo, sin embargo, sacó la casta y siguió adelante con su proyecto. Creó una plataforma con los retazos del PRD, un partido que se había prostituido con el poder federal.
Ya con Morena, recorrió el país por tercera vez y tuvo que enfrentar una guerra sucia que afortunadamente no cuajó en el ánimo de los mexicanos. Por el contrario, su antecesor Enrique Peña Nieto dejó pasar la oportunidad de ser un presidente valiente. Éste se puso a las órdenes de los varones del dinero y le tembló la mano para meter en cintura a los gobernadores de su partido.
No sólo eso, no tuvo el valor para enfrentar con firmeza a Rosario Robles y a Emilio Lozoya. Cuando estalló el escándalo de la Casa Blanca, que involucraba a su esposa, perdió la razón y no supo cómo manejar ese iceberg de corrupción. Hoy, a un poco más de tres meses de terminar su gobierno, es seguro que pasará a la historia como un insulso presidente ratón.
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