Jorge Flores Martínez / Dos de mis mejores amigos se encuentran desaparecidos desde hace unos años; familiares han sufrido la terrible experiencia del secuestro de un ser querido; una tía, ya mayor, por poco tiene un infarto en una extorsión telefónica; un primo ha vivido en carne propia el miedo de ser perseguido por delincuentes camino a su rancho en el sur del estado; otro primo, vio como se llevaron a un empleado, mientras a él lo encañonaban hincado de espaldas en un camino rural para robarle una camioneta; compañeritas de mis hijas han sido levantadas y asesinadas impunemente.
Además, las horas de angustia esperando que regrese un ser querido, el encierro involuntario en nuestras casas, el miedo permanente, el dolor de las fosas clandestinas en todo el país, las autoridades coludidas y los cobardes feminicidios de todos los días.
¿Cómo perdonar al que no quiere que lo perdonemos? ¿Cómo perdonar al que metió en tambos con ácido a jóvenes inocentes? ¿Cómo perdonar al que desapareció a cientos o miles de mexicanos sin el menor remordimiento?
No entiendo ¿Cómo le piden a una madre que perdone al que levantó, violó, mató y metió en una fosa clandestina a su hija?
Y es que así, sin nada que ofrecernos, nos piden que perdonemos toda la muerte, dolor y sufrimiento que hemos vivido estos años. Lo peor del caso es que no hay a quien perdonar, a los asesinos, violadores, secuestradores, extorsionadores y delincuentes no les interesa que los perdonemos, es más, ni siquiera lo han pedido.
En estos casos la misma resignación es muy difícil, el olvido imposible y el perdón es una acción que debería ser posterior a la justicia. Pero no en nuestro México, aquí primero nos piden perdonar y después, en el muy remoto caso de haberla, nos ofrecen justicia, por cierto, siempre deficiente y por lo regular revictimizante.
No perdono porque no puedo y no olvido porque no quiero.
El que pueda y quiera, pues que perdone.
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