Efectuar la labor docente en pueblos donde su atraso social, educativo y cultural es notorio, no es tarea fácil, se requiere de hombres y mujeres comprometidos no sólo con su trabajo, sino también con la comunidad. Ser maestra(o) rural los convierte en arquitectos, enfermeros, psicólogos, amigos, padres, trabajadores sociales y muchas veces los lazos comunitarios se llegan a convertirse en lazos familiares.
Y es que la labor docente no se limita sólo a las paredes del aula escolar ni al sacrificio personal, trasciende el espacio y procura sin duda brindar a todos los mecanismos necesarios para acceder a una mejor calidad de vida, mediante la gestión de carreteras o la construcción de aulas.
El 40 por ciento de las escuelas de educación básica que hay en México son rurales, la gran mayoría son multigrado y atendidas regularmente por maestros recién egresados. Desgraciadamente estos docentes llegan a aulas mal equipadas y con fuerte atraso tecnológico.
Diego Juárez Bolaños, investigador del Conacyt y responsable técnico de la Red de Investigación de Educación Rural, declaró: «Numéricamente son muy importantes, no obstante, esa proporción no está reflejada en las políticas educativas, ya que la mayoría de las políticas no están dirigidas hacia ellas». En otras palabras, el Gobierno Federal no ha podido saldar la deuda con los maestros rurales.