El Partido Revolucionario Institucional (PRI) será la quinta fuerza en el Congreso Federal, en el Senado no cantan mal las rancheras, sus integrantes caben en una selfie con su coordinador Osorio Chong. En la mayoría de los estados, sus bancadas parecerán el Club de Tobi, su fuerza será como la de un Tehuacán abierto.
El otrora poderoso partidazo sólo cosechó el trabajo de sus exgobernadores, la mayoría en la cárcel o con demandas de enriquecimiento ilícito encima, sin contar con desviación de recursos u otros delitos. El propio presidente puso su parte al solapar actos de crasa corrupción en varias dependencias como Sedatu, con Rosario Robles, o en Pemex con su amigo Emilio Lozoya, sin contar que su propia esposa se sirvió con la cuchara grande con su famosa Casa Blanca.
El presidente Peña Nieto se convirtió en el enterrador del tricolor, sus reformas aprobadas con el visto bueno de personajes supeditados al poder, como los famosos Chuchos, Ortega y Zambrano, no llenaron el criterio que se esperaba, ni trajeron bienestar a la población y sólo lograron irritar a la mayoría.
Por eso, el primero de julio fue la exacta oportunidad para desquitarse, para castigar los excesos y las afrentas contra la población. Por eso perdió el PRI, por eso hoy se encuentra entra la ignominia y el descrédito.
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