Ellos, los dirigentes políticos, los que fueron elegidos y no supieron responder a los intereses del pueblo, sino a sus propios intereses; los funcionarios que acompañaron a un presidente de la República con el afán de enriquecerse de manera obscena; el propio presidente que, desde un principio, se dejó envolver en la corrupción que lo gestó, todos miran las ruinas del PRI y lo lamentan.
Una de ellas la expresidenta del PRI Dulce María Sauri, a toro pasado, reconoce que se fracasó «en la comprensión del significado de la victoria electoral de 2012, como gobierno y como partido», pero también lamenta: «Fracasamos en los ámbitos de seguridad y de combate a la corrupción». En esto último tiene toda la razón.
Enrique Peña Nieto tuvo la oportunidad de sancionar a los gobernadores feudalistas que hicieron del presupuesto de sus estados su propio patrimonio. Pero Peña no lo hizo porque él mismo pertenecía a esa estirpe feudalista, corrupta.
Entrevistada por el periódico El Universal, Dulce María Sauri terminó sentenciando: «Si para dentro de tres años el PRI no logra conformarse como opción de gobierno, puede ser condenado a la irrelevancia electoral, a ser un partido testimonial que no pudo encontrar su lugar en la sociedad mexicana del presente».
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