Era una especie de cofradía templaria, donde se privilegiaba las lealtades entre los mismos. Si alguno de sus miembros era acusado por algún delito por algún rival político, todos cerraban filas con el amigo, compadre o familiar que “injustamente” era difamado.
La complicidad se paseó durante muchas décadas en México, el imperio de la impunidad reinó gracias esta cofradía de políticos que se tapaban con la misma cobija. Por esa razón, la victoria de Andrés Manuel López Obrador, no fue poca cosa. Se debe reconocer que el tabasqueño golpeó duramente la estructura más añeja y poderosa que ha existido en nuestro país.
Los privilegios y canonjías a los que han estado acostumbrado se tendrán que acabar. Los altos salarios, los viajes al extranjero con cargo al erario y la complicidad con los violadores de la ley tendrá que llegar a su fin.
Es cierto que el coletazo de este sistema caduco aún está por venir. No obstante, llega un presidente muy fuerte y con una sociedad participativa y vigilante para que se apliquen las reformas que finalmente le pondrán fin a esta cofradía de políticos corruptos. Eso es lo que se espera.