Aurelio Contreras Moreno / El fracaso de la primera alternancia partidista en Veracruz quedó consumado el pasado domingo, tras la estrepitosa derrota del candidato panista a la gubernatura Miguel Ángel Yunes Márquez. Aún no reconocida formalmente ni por él ni por el régimen de su padre, que trató –o aún trata- de imponerlo a como dé lugar.
Se asume que ésa fue, junto con la marejada lopezobradorista que inundó a todo el país, la principal causa de la debacle yunista: la soez pretensión de imponer en Veracruz un cacicazgo familiar que ya se había repartido el poder durante 14 años. La respuesta de la sociedad veracruzana fue un rotundo “no” a esa antidemocrática intención.
Pero no fue la única causa. El régimen que hace dos años derrotó al PRI más corrupto del que se tenga memoria en Veracruz, y que lo hizo en medio del júbilo popular, terminó convertido en un triste remedo de lo que combatió, demostrando en los hechos no ser muy diferente de los duartistas ni de los fidelistas.
Por principio de cuentas, el gobierno de Miguel Ángel Yunes Linares exhibió ser absolutamente incapaz de cumplir con uno de sus cometidos básicos, que es el de brindar seguridad a la población. Veracruz continúa convertido en un campo de batalla, en el que la propia policía estatal sigue estando implicada en secuestros, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales.
A pesar de su discurso, el régimen yunista se dedicó a simular que hacía justicia persiguiendo penalmente a algunos de los duartistas saqueadores, y al mismo tiempo pactando con otros de la misma pandilla para obtener dinero y ganancia política, traicionando con ello el espíritu del mandato que se le dio en las urnas hace dos años.
Tampoco estuvo exento de corrupción. La manipulación de las instituciones públicas y los programas sociales para favorecer la candidatura de hijo del gobernador fue descarada y permanece impune. Igual que la práctica de traficar con influencias para favorecerse entre ellos mismos, como quedó evidenciado recientemente con la entrega de millonarios contratos de obra pública y publicidad oficial a empresas ligadas al dirigente estatal del PAN, José Mancha Alarcón.
Autoritario, sojuzgó a los poderes Legislativo y Judicial a los designios e intereses del Ejecutivo, colocando además incondicionales –o mejor dicho, lacayos- en la mayoría de los órganos que deberían ser autónomos, haciendo de la impostura un sistema para gobernar y ejercer el poder.
Durante el bienio yunista los periodistas continuaron siendo asesinados en el estado, mientras se erigiría una nueva clase de textoservidores y medios de comunicación a su servicio hasta extremos francamente penosos, de ignominia y procacidad, y que ahora, sin un gramo de vergüenza, ya le alzan la mano a quien los venció en las urnas.
El régimen de Miguel Ángel Yunes Linares, que hace dos años ganó la elección con legitimidad y autoridad, ahora paga las consecuencias de haberle fallado a los veracruzanos, de haber traicionado el mandato que se le dio en las urnas y de reducirse a sí mismo a una patética intentona por instaurar una parodia de monarquía familiar en Veracruz.
Con la agravante de que todavía se aferran al poder al negarse a reconocer lo que los veracruzanos decidieron en la elección de Gobernador –a pesar de que la diferencia de votos entre Cuitláhuac García y Miguel Ángel Yunes Márquez es mayor que la que le dio el triunfo a Yunes Linares sobre Héctor Yunes en 2016-, amenazando con irrumpir en el cómputo de la votación que se llevará a cabo este miércoles.
Ni Javier Duarte se atrevió a tanto.
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