El difícil transitar de México por el camino de la democracia, no ha sido fácil. Desde la salida de Porfirio Díaz de México, el país azteca ha dejado huellas de sangre en cada pisada rumbo a un ambiente democrático. La gran mayoría de los mexicanos vive en un país con una democracia sostenida por débiles alfileres. La separación de poderes ha sido superada y agobiada por uno de ellos, el poder Ejecutivo.
El equilibrio entre estos poderes se ha perdido, lo que ha ocasionado que el presidente tenga un poder omnímodo. Además, los presidentes de los diversos partidos son veletas que se dirigen a donde sople el viento presidencial.
Los diputados en los congresos se conducen con una actitud lacayuna y levantarán el dedo cada vez que el amo y señor lo ordene. Sus coordinadores de bancada han dejado de lado sus funciones legislativas y han ocupado el papel de mayordomos del poder Ejecutivo. Los diputados y senadores, la gran mayoría salvo honrosas excepciones, han dejado de ser representantes del pueblo y se han convertido en verdaderas cortesanas que venden muy caras sus caricias y gaterías.
Muestra tangible fue la aberración llamada Pacto por México al inicio del sexenio del actual presidente para justificar las reformas estructurales de la actual gobernación. Hoy estos legisladores y sus partidos están cosechando las espinas en forma de rechazo. Este primero de julio quedará evidenciado.
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