Temen tener que pagar impuestos como lo hace la clase media, temen que los obliguen a pagar mejores sueldos y a dar mejores prestaciones a sus trabajadores, como el reparto de utilidades. Se comportan como los hombres del sur de los Estados Unidos que detestaban la abolición de la esclavitud porque su mano de obra gratis iba a desaparecer.
En su avaricia tienen miedo que sus fiestas suntuosas y pantagruélicas sólo sean reuniones de amigos; tienen miedo de no poder mantener sus casas en Miami o en Aspen; tienen miedo de vender sus departamentos en Nueva York o en Madrid. Y no que lo hagan de manera subrepticia porque sean unos cobardes, lo hacen así porque se han dado cuenta que, si dan la cara, el pueblo los enfrenta y los denuncia.