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Anaya y Meade

Salvador Muñoz / En el primer debate presidencial, llamó fuertemente mi atención Jaime Rodríguez Calderón por un planteamiento simple y ordinario que hizo: “mochar” la mano de servidores públicos corruptos. Entiendo mi empatía en ese momento con el Bronco, pues la vecindad donde vivo estaba (o está) viviendo un tema muy delicado con el tema de la seguridad. Sin embargo, hace unas noches, un delincuente fue sorprendido y golpeado por vecinos ofendidos. Tras exponer un texto en las redes así como unas fotos del delincuente, las reacciones me espantaron. Pareciera que tenemos una sociedad más sedienta de sangre que de justicia. Por supuesto, ello generado por la (mala) experiencia de haber sido víctima del robo del estéreo del auto, de la llanta de refacción, de simplemente encontrar el vehículo con la aleta o ventanilla rota o la puerta doblada para ser abierta… o el robo total de la unidad. Un sentimiento de frustración, enojo y furia se apodera de uno ante tales circunstancias. Es comprensible el enojo de mis vecinos… pero no comparto las reacciones de odio en las redes. Por eso celebro que en esta ocasión, el Bronco se haya mantenido más sereno que El Peje, incluso hasta cuando la periodista Yuriria Sierra intentó llevarlo a ese terreno cuestionándolo sobre las leyes que haría para combatir la corrupción…

En este segundo debate, llamó mi atención Ricardo Anaya desde su primera intervención. Se sentía cómodo con el formato del encuentro. Se desplazaba en el escenario y con un lenguaje sencillo (que no ordinario) mezclaba datos, argumentos, historias. De José Antonio Meade no me sorprende. Tuve oportunidad de acompañar una gira de trabajo y es un tipo que igual se desenvuelve de manera sencilla, con excelente memoria, hombre de anécdotas y excelente buen humor. Eso sí, lo recuerdo más agradable como funcionario que como candidato en debate. En un momento dado, me gustó bastante cómo se veían estos dos candidatos en el manejo de los temas a tratar, sin tecnicismos y con claridad. ¡Vamos! Pudiera decir que hubo un momento en que el mismo Bronco intentó llegar a ese nivel en el debate con propuestas, algunas claras… otras no tanto.

Han de entender que omita mi opinión respecto a la actuación de Andrés Manuel López Obrador, pero en esta ocasión es por respeto. Estoy consciente de qué dijo y cómo lo dijo el candidato de Morena y por ende, apuesto a que lectores, panistas, priistas, morenistas y demás, ajenos a apasionamientos, han de tener en claro el papel que desempeñó el señor… por eso, por respeto a López Obrador, omito mi juicio, y conste, no es porque me aplique una espiral del silencio, sino porque no creo que aporte algo a este comentario como tampoco aportaría algo a favor del señor… mejor así…

Lo que sí puedo comentar es que mi empatía de un debate a otro, cambió. Si bien me sigue agradando el Bronco, porque se llena la boca de razón cuando habla del papel de los partidos políticos, en esta ocasión siento que fue rebasado por mucho por los argumentos esgrimidos por Ricardo Anaya y Pepe Meade.

Dicen que en los debates no hay ganadores… a lo mejor sí los hay. Y algo me queda claro… ni en el primero ni en el segundo, los ganó López Obrador.

Por supuesto, me queda claro que una cosa es el debate, y otra son las elecciones y a la hora de votar, no hay argumento que valga, sino la simpatía por el candidato. Así es nuestra democracia

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