La casa en Porfirio Díaz número 10

La maestra María Estela FOTO: ÉDGAR LANDA
- en Opinión

Édgar Landa Hernández / Sobre el lienzo donde asemeja las tibias y cálidas remembranzas, donde el azul se turbia con la terquedad de un gris que se avizora a lo lejos, allá, donde renace el crepúsculo y re borbotea el olvido. Ahí continúa  esa calle, donde en mi niñez solía visitarla. Cuando en época de párvulo recorríamos las empolvadas arterias de nuestro barrio, y era allí, en la calle Porfirio Díaz donde se reunían más niños de mi edad para hacer largas hileras y comprar las tortillas que habríamos de comer junto a la familia.

Y era justo enfrente de aquella casa, en la calle de Porfirio Díaz número 10, en ese lugar donde habitaba la maestra María Estela, la que con su ternura y su franca sonrisa creaba historias en torno a una vida plena en compañía de sus hijas, a las cuales conozco muy bien. Como no urdir en espacio, cuando en las apacibles tardes se postraba en su jardín a la luz de la espera de la noche, con la grata presencia de sus nietos, y al canto de los grillos que aparcaban en sus plantas y aún en sus flores.

Cuando desgranaba anécdotas referentes a su profesión, donde a cientos de pequeñines les heredó  parte de ella, de su canto y de su brisa, la mejor sintonía que pudo existir a través de su sonrisa. Si ese jardín hablara, extendería en mis hojas la infinidad de sucesos, cuadros emblemáticos recreando escenas al compás del sonido de silencios impostergables, decenas de plantas formadas partícipes de la gran fiesta de la vida, platicarían sus andanzas.

Solía yo pasar por ahí, y ver a través de la ventana las luces encendidas y la sonrisa de sus nietas, todo cobraba vida, hasta la más minúscula hoja de sus plantas que tanto quería, así era la maestra María Estela. En algunas ocasiones charlé con ella, su rostro denotaba la alegría, su hablar pausado encaminaba a sentir el agradecimiento que sobre ella se ceñía y lo transmitía a través de sus ojos.

Hoy he vuelto a pasar por la calle de Porfirio Díaz y justo en el número 10, ahí donde la algarabía residía, ¡hoy sólo son recuerdos! Hoy no lucen sus luces esplendorosas, ha cambiado y también el jardín, Hoy luce apagado, las sonrisas se han extinguido, atrás han quedado aquellas tardes donde las reuniones familiares eran parte de una verbena sin igual.

Hoy sólo queda el silencio. Hoy he vuelto a recorrer el pasado que se ha fundido en mi presente, hoy no está ya la Maestra María Estela. Es el letargo protector de la sombra, del olvido. Las ramas de sus plantas se mecen sin su presencia, pero ya no es lo mismo. Únicamente queda el amor derramado. Hoy la casa en la calle de Porfirio Díaz número 10 ya no es la misma sin La maestra María Estela.

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