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¡Madre solo hay una!

Édgar Landa Hernández / El tiempo es la naturaleza de nuestra vida, instantes que prevalecen dentro de estructuras que confieren dentro de un misticismo y uno que otro segmento terrenal.

Conforme avanza gradualmente este conjunto de minutos,que a la par se convierten en horas, nos percatamos de la gran responsabilidad que es ser MADRE.

Podría relatar infinidad de hojas y compartir cada anécdota acerca de mi madre. Cómo si me resultara fácil expulsar los recuerdos, remembranzas que se han hilvanado a lo largo de mi historia, nuestra gran historia.

Relatos que nos han hecho reír y lapsos en donde también hemos compartido las lágrimas a tal grado de terminar abrazados y agradecer al que da la vida.

Y en verdad que el paso de los años me han hecho ver y sentir de una forma distinta. Es y ha sido mi madre el bastión que fortifica la excelsa presencia que le corresponde dentro del núcleo familiar, baluarte de alegría y un sin número de adjetivos que no encontraría el idóneo para expresar lo que significa en mí vida.

Mi madre es la voz de la razón, la que intuye y predica con el ejemplo, la que con voz pausada arremete cuando estoy equivocado y también cuando tengo la razón. La que me guía en tiempos de confusión y la que me aplaude cuando salgo airoso.

Charlar con mi madre es encontrar la clave para descifrar el gran acertijo de la vida. Ha sido mi madre la que me ha divulgado que la gran felicidad que tanto he buscado no es un secreto de vida y que está en lo más íntimo de mí mismo, y tiene la virtud de darme armonía, equilibrio y paz interior.

La ternura de mi madre está compuesta de paciencia, tolerancia, amor incondicional, paz, pasión, gratitud y una regocijante alegría por formar parte del milagro del nuevo amanecer.

Amor, el de mi madre, que en sus noches de angustia, cuando recién cuidaba a mi padre y aun a sabiendas que ya no había esperanza, ella, con la tranquilidad que le acostumbra nos daba un halito de fe, y nos exhortaba a continuar con la ilusión de que un milagro llegaría.

Me detengo por un instante, recapitulo y agradezco una vez más por tener la dicha de tenerla y poderla consentirla como ella se merece.

Ahora nos toca a nosotros sus hijos devolver con amor, lo que ella con amor puro tanto nos dio.

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