Luis Ortiz Ramírez /
“El maestro es el motor de cambio, la palanca que facilita las tareas, el consejo en el momento apropiado, la palmada solidaria, cuando el joven desorientado, más la necesita” Luis Ortiz R.
Estoy consciente de que soy un número más, en la estadística del más de un millón de maestros que laboramos en las escuelas mexicanas. Sin embargo, para varias generaciones, soy su maestro, y por eso me siento afortunado. Hago lo único que se hacer, enseñar. Este artículo quiero dedicarlo a todos los seres luminosos, que se dedican a la tarea de formar generaciones que serán los pilares y cimientos de esta gran nación. Los maestros de todos los niveles escolares, somos el motor de cambio, la palanca que facilita las tareas, la flama que alumbra la vereda, cuando todo esta oscuro, el consejo en el momento apropiado, la palmada solidaria, cuando el joven desorientado, más la necesita, la palabra de aliento y certeza para el alumno, cuando hasta los miembros de su propia familia le dan la espalda.
Quiero narrar la siguiente experiencia, como una muestra de que el trabajo del maestro no termina al sonido de la chicharra.
Por: Luis Ortiz Ramírez martes 25 marzo, 2014
El día de ayer, lunes 24 de marzo del presente año, apuraba a los alumnos de segundo J, del turno vespertino de la Secundaria General número 6, a terminar sus cartelones sobre los derechos democráticos. Al sonar la chicharra, a las 7:40, en estampida los alumnos salen a la calle Chihuahua, donde algunos padres los esperan. Otros se van en bolita rumbo a la calle Villahermosa y algunos hacia la calle Toluca. En lo particular, me gusta observar a los alumnos cómo salen felices, como potros desbocados en busca de pastos nuevos. Casi siempre estaciono mi camioneta frente a la escuela, pero como esta vez estaba estacionado otro coche, tuve que subir casi a la mitad de la calle frente a un negocio de aparatos ortopédicos.
Me llamó mucho la atención, que varios jóvenes estaban excitados y armaban más escándalo que otros días. Al acercarme a mi camioneta, noté una bolita de alumnos y una pareja de novios abrazados junto a la puerta de mi camioneta. Me dirigí al joven y le dije, “me das permiso, voy a salir”. En ese momento noto que el joven se quita y con la ayuda de la chica cruza la calle hacia el negocio de aparatos ortopédicos.
Alcanzo a ver que el joven sangra profusamente de la espalda y de las rodillas la piel le cuelga. Un señor que observaba, me dice preocupado: “lo acaban de picar, (era) una pandilla como de diez maleantes y le echaron dos Pitbull y lo mordieron en las piernas”. “Y qué esperan -les digo a los vecinos- hay que llamar una ambulancia”, mientras el joven, antes de desmayarse, alcanza a decir “por favor, lléveme a un hospital, me hirieron con un machete”.
No veo acción de parte de los vecinos, sólo miran con morbo y no hacen nada. “Rápido suban al joven a mi camioneta”, le digo a la jovencita que le acompaña. Me ayuda un señor, lo acomodo en los asientos de atrás y al tocarlo veo que tiene una perforación profunda y que la sangre comienza a regarse en los asientos. En ese momento reconozco al joven, se llama Isaac Méndez Zarate, fue alumno de la general 6. Es un joven alto, bien parecido, que fue a recoger a su novia Lupita y le llevaba unas flores, ya que cumplían un mes de novios. Al llegar al CEM me bajo rápidamente y solicito una silla, un policía me acerca una silla de ruedas, pero alcanzo a ver una camilla desocupada y la arrimo a un costado de la puerta de atrás; con la ayuda de Lupita y del policía lo logramos acomodar. Su rostro pálido me deja preocupado. Me retiro, pero antes le dejo mi número a Lupita, su novia, “por lo que se ofrezca”, le digo.
Mientras, dos tipos tratan de quitar las manchas de sangre en el lavado de autos. Me quedo pensando, en cómo toma un padre de un chico de 17 años, la noticia de un ataque tan brutal. Es cierto que la violencia es parte de las relaciones interpersonales. Sin embargo, en Xalapa la violencia extrema entre compañeros ha invadido la escuela, el aula y fuera de ella. Es muy común pellizcos, rasguños, aventones, jaloneos, sacudidas, nalgadas, puñetazos, mordidas y burlas. Me imagino a los agresores celebrando su hazaña, con una caguama en la mano o una “muñeca” con thinner. Estoy seguro que los agresores son jóvenes impulsivos, exaltados, dominantes, fácilmente frustrados y carentes de empatía.
Estos sujetos creen que son ganadores y no lo son. Cuentan con una percepción de sí mismos como superiores y no lo son, ya que, a su vez, son agresivos como perros, por vivir en familias agresivas, hogares monoparentales o padres con poca escolaridad. Seguramente tienen fuertes problemas para seguir normas, ya que sus padres también los habrán agredido a través de chistes crueles, ridiculizaciones, golpes, falta de atención, desconocimiento de sus sentimientos, y conductas permisivas que los han llevado a ser seres sin valores
Por cierto, camino al hospital me topé con varias patrullas, les comenté que llevaba al chico herido, pero ni se inmutaron. En lo referente a las escuelas, estas no han sabido poner un límite a la violencia que ahí anida, en el microsistema, la institución ha fingido que el fenómeno no existe, ya que en muchas ocasiones las peleas ocurren a la salida de la escuela, como en esta ocasión.
Sin embargo, muchos de los docentes han señalado que los alumnos se han mostrado más agresivos, violentos y provocadores, que no cumplen las tareas y no tienen mucho interés por los temas escolares, se duermen en clase, se levantan sin permiso, no tienen interés por las actividades de clase y muestran en general un comportamiento apático. Ojalá que esta situación sirva como un llamado de alerta a los padres, maestros, instituciones. Desgraciadamente, a esta generación la estamos perdiendo. Y la seguridad que debieron ofrecer los policías brilló por su ausencia. Por cierto, meses después, me dio mucho gusto, cuando este joven me busco en la escuela, para darme las gracias
Cuando algunos compañeros, se enteraron de la aventura que tuve que pasar por prestar ayuda a un ex alumno de la escuela, muy pocos se acercaron al menos para preguntar por el joven, la gran mayoría me tacharon de imprudente. Sin embargo yo me pregunto; y si ese joven hubiera sido mi hijo, o el de alguno de mis compañeros, y no se hubiera ofrecido alguien para salvarle la vida. Seguirían pensando que somos imprudentes, los que nos detenemos a prestar ayuda a quien más lo necesita. El maestro es docente las 24 horas del día, es una profesión inherente, el maestro enseña y predica con el ejemplo, no es solo un discurso de oratoria retórica. El maestro es palabra, pero sobre todo, debe ser un hecho consumado. ¡FELIZ DIA, MI QUERIDO MAESTRO!