Édgar Landa Hernández / Son muchas las alternativas que se planean a lo largo de la vida, propuestas que simplemente se quedan en hipótesis y se convierten en incertidumbres, quizás algunas veces; ya para no volver a emerger y quedarse empantanadas y situarse como lo que son “dudas” que al fin y al cabo me sirven para volver a replantear una vida que a simple vista está más provista de cosas extraordinarias. Bueno, al menos así la veo y prosigo en este enorme laberinto en pro de algo que cambie radicalmente mi forma de continuar el sendero de una ruta que sé que me llevará a lo que estoy buscando. Aún más.
Más allá de la eterna sonrisa que siempre me acompaña. Me detengo unos instantes y cavilo reiteradamente. El día amaneció resplandeciente y el bosque de nuevo se ha llenado de magia. Él vapor se disuelve de entre la tierra y se convierten en fantasmas que deambulan de un lado para el otro. Los árboles ríen y las plantas susurran en la calidez de presenciar que indica que ha iniciado ¡un mes más!
Las aves planean y en círculos perfectos crean una coreografía sin igual. Sonrío y ahí está lo que he buscado, las señales que me recuerdan que el Dios que he buscado por tanto tiempo, el que no se muestra en público pero si en esencia, ¡está conmigo! Y así lo percibo, cuando a solas me refugio en el silencio y en las horas perfectas me uno a él sintonizando una comunión que me vuelve a aferrarme a la fe que tantas benevolencias me ha traído.
Hoy soy testigo de su bella obra. Hoy comprendo que no existen brebajes mágicos, ni encantamientos para poder encontrar lo que se me había olvidado que está en mí y que es el amor. ¡No hay secretos! Únicamente hay que dejarse llevar y fluir en nuestra decisión de saber qué realmente queremos ser y a que camino llegar. Sólo basta actitud y sobre todo disciplina.
Miro de nuevo a mí alrededor y disfruto de mi entorno, él que me espera cada mañana y nos volvemos uno, en la conjunción más preciosa de la vida.
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