Édgar Landa Hernández / Existe desde ya hace mucho tiempo, no sé cuánto en realidad, pero desde que tengo uso de razón mi madre lo guarda celosamente dentro de un espacio en su clóset.
Es de color verde tierno, el material con el cual está hecho es sintético y de una dureza sin igual, no se la marca ni la he visto, pero tengo la certeza que es samsonite y siempre ha sido de ella.
Me gusta ir a visitar a mi madre y platicar acerca de él, mis ojos brillan de una manera sin igual cuando le digo -”mami y ¿si vemos la fotos que hay en tu veliz? inmediatamente sé que siente la misma algarabía que yo al redescubrir nuevamente tantas remembranzas, hechos que se quedaron grabados en las pequeñas fotografías de papel kodak de escasa resolución, pero que ahí continúan a pesar del transcurrir del tiempo.
Una vez encontré un flash de los que anteriormente se utilizaban, de esos que eran un pequeño cuadro con cuatro bulbos que estallaban al presionar el botón de la cámara y de repente ¡Flash!.
Esperar con ansias a que de nuevo abra su veliz es algo indescriptible, la sensación de adentrarse a lo desconocido, y de nueva cuenta recordar a aquellos seres que de una u otra forma han dejado una huella imborrable en nuestros corazones!
Y poco a poco llega mi madre hasta el!, saca su llavecita y lo abre nuevamente. El aroma es inconfundible, huele a antiguo, a recuerdos y sentimiento. Inmediatamente empieza a sacar las fotos-¡te acuerdas de esto! Me dice con una sonrisa sin igual, tomo la foto, la reviso, cada detalle, cada persona que hizo posible que se plasmara parte de su esencia; de su alma.
Porque alguien por ahí recuerdo que me recomendaba, -no saques fotos a la gente porque te apoderas de su alma-, y quizás si sea verdad, porque volver a ver a gente que se extinguió y a través de estas placas fílmicas es de nuevo Reencontrarse con esas personas que aún no han muerto, al menos no en nuestros recuerdos.
Mueve, acomoda, busca, y de ¡pronto! Un papel lustre amarillo en forma de diploma con una estrella en una esquina, y en su frente decía así:
Diploma al niño Edgar Landa Hernández, por haber sido el mejor intérprete de música jarocha, firmado por la entonces directora del jardín de niños Manuel. C. Tello. Felicitas Hernández, conocida en el ámbito educativo de ese entonces como la maestra “chita”. Era el año de 1975.
Una breve charla inicia con mi madre, y empiezan a desfilar nombres de maestros que en aquel entonces eran la plantilla de nuestro centro de iniciación.
Y continuamos buscando dentro de esa caja de pandora que es el veliz, fotos innumerables que atestiguan actos pasados, pero que reviven en nuestro presente.
Medallas que alguna vez encumbraron los corazones de nuestros padres, preseas ganadas a base de lucha y pundonor en nuestra época de judokas, al mando del Excelente profesor Raúl casas Ruíz.
Tantas reminiscencias, nostalgias que invaden al ser y se repasan una y otra vez. Y proseguimos averiguando que más hay, recortes de periódicos, recibos de pagos de honorarios, otros más, por concepto de compras de terrenos, actas de nacimientos; así como nuestras primeras credenciales de derechohabientes del IMSS.
Hay tanto que observar y tanto que recordar, que nos falta tiempo para repasar, el reloj prosigue su marcha y es hora de despedirse de mi madre, ella nuevamente guarda todo, y prometí que pronto regresaría a buscar nuevas presencias que se ocultan dentro de ese veliz que siempre tiene historias nuevas que contarnos.
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