Por un lado, el Papa Francisco condena a aquellos que diciéndose cristianos pertenecen a la mafia o a alguna banda delincuencial, pero por otro lado el obispo de Chilpancingo, Salvador Rangel, se reúne con miembros de los cárteles de la droga como si estos fueran “buenos cristianos”, y pacta con ellos lo que parece ser una tregua: No habría de parte de los narcos asesinatos de candidatos.
El obispo regresó a su parroquia muy tranquilo, creyendo en la palabra de los narcos y por ello hasta presumió esa reunión al término de una misa. Por supuesto el gobierno de México lanzó el grito al cielo diciendo que ellos no pactan con la delincuencia organizada; ellos no, pero que tal la iglesia.
En 1994 se revelaron las reuniones de Girolamo Prigione, representante del Vaticano en México, con los líderes del cártel de Tijuana, los hermanos Arellano Félix. Esa vez la reunión fue para que los “buenos cristianos” juraran que ellos no tuvieron que ver con la muerte del obispo Juan Jesús Posadas Ocampo. Lo dejó muy claro el Papa, los delincuentes, aunque vayan todos los domingos a misa, aunque se entrevisten con los obispos, aunque regalen limosnas, no son cristianos, antes bien son agentes de la muerte.
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