En otros casos creó sus propias financieras desde donde triangulaba cantidades de dinero que terminaban depositadas en cuentas de sus mejores amigos. Vaya, Javier Duarte hasta arregló el testamento de su íntimo Moisés Mansur Cysneiros, para quedar como beneficiario, siendo que Mansur ya se había hecho propietario de varios inmuebles y cuentas en el extranjero con las que pagaba los caprichos de «la que merece abundancia».
Javier Duarte tuvo un apetito de berraco, de esos que están reservados para acabar con todo; su codicia fue a tal grado que nunca pensó que con la centésima parte de lo que ya había robado pudo salir impune y gozar de la vida sin ningún problema económico en cualquier parte del mundo.